Trampas (13). Algunas trampas de El Mundo y otras de El País
“Todo es técnica y, si así lo vemos, también trampa, porque haremos decir a la información lo que queramos que diga.[…] O sea que la técnica es una trampa de la que nos servimos, sin embargo, para no hacer trampas en la versión que demos de lo que, quizá, ha ocurrido.” El blanco móvil, Miguel Ángel Bastenier, ex subdirector de El País
Y todo lo visto hasta ahora, ¿qué implicaciones tiene en el periodismo? Pues las mismas que en cualquier proceso de comunicación, pero por partida doble: en la etapa pretextual, la periodista recibe, recoge e interpreta información y, enseguida, en la etapa textual, produce textos informativos. Y si en el primer caso atribuye unas intenciones a las fuentes y, en función de estas intenciones, determina un sentido contextual de la información, luego elabora y publica textos informativos que interpretan y reformulan, a menudo de modo implícito, las intenciones atribuidas a las fuentes y el sentido de los hechos. Y además de todos los implícitos (sugerencias, insinuaciones…) que trama, disimula y a veces oculta, la información presenta las noticias de actualidad como si se tratara de hechos evidentes, objetivos dicen, ya que aseguran y dan por cierto lo que afirman, aunque lo cierto es que nunca dejan de ser interpretaciones y valoraciones implícitas que la periodista hace, se supone que de modo legítimo, de lo que otros han dicho o hecho. Es decir, que la periodista presenta como hechos ciertos unas informaciones que, por muchos datos objetivos que incluyan, siempre implican en una u otra medida un ejercicio de interpretación y de valoración, inevitable por otro lado, ni que sea por incompetencia o dejadez. Una información cualquiera dice lo que dice pero también calla lo que calla y, además y sobre todo, cuando dice lo que dice y calla lo que calla, da a entender lo que da a entender, que a menudo es algo que el periódico no se atrevería a decir abiertamente. Lo vemos a diario, con insistencia, con insolencia, desde hace meses, incluso años.
Por ejemplo. Tras el atentado del 11-M y, sobre todo, a raíz de la derrota electoral del PP, el periodismo de trinchera, truculento y embustero de algunos medios de comunicación españoles (léase El Mundo y la cadena Cope, por ejemplo) resurgió con renovada ira para desparramar sin freno ni vergüenza todo su veneno informativo alrededor del sumario del 11-M, el anunciado diálogo con ETA y el nuevo Estatuto de Catalunya. Lo leído y oído estos tres últimos años acredita, a mi entender con creces, la desfachatez y los pocos escrúpulos de la llamada Brunete mediática que, sin apenas nadie que les tosa, ha convertido la libertad de información en una miserable patente de corso que nos deja en una inquietante indefensión.
Podríamos llenar páginas y páginas con sus atropellos informativos, pero me limitaré a exponer algunos significativos y recurrentes ejemplos de sus obsesiones y sus estrategias: ETA desarrolló en 2003 un sistema de bombas con móviles como el del 11-M (El Mundo, portada, 12-12-05); Defensores del 11-M denuncian que no hay medios para que se sepa la verdad (El Mundo, portada, 13-06-06); La Policía halló un temporizador como los que utiliza ETA en el local de un imputado del 11-M (El Mundo, portada, 27-06-06); La UCO tenía localizado a ‘El Chino’ 17 días antes de su muerte en Leganés (El Mundo, portada, 03-07-06); ‘El Chino’ se fue a Pamplona el 13-M tras decir a su hijo: “Los de ETA se han pasado” (El Mundo, portada, 10-07-06); El último ‘comando Madrid’ de ETA tenía un móvil preparado como los del 11-M (El Mundo, portada, 26-06-06); ETA avisa que sin autodeterminación habrá atentados y el gobierno calla (El Mundo, portada, 15-05-06); El Supremo anula el nombramiento del juez que no redimió las penas a etarras (El Mundo, portada, 23-05-05); Frustrada una matanza de ETA en Madrid once días después de declarar la tregua en Cataluña (Abc, portada, 01-03-04); ETA exige la autodeterminación mientras una marea independentista recorre Bilbao y Barcelona (El Mundo, portada, 19-02-06); La campaña del PSC contra el PP cala en la ciudadanía y Rajoy es abucheado en L’Hospitalet (El Mundo, 11-06-06); El nacionalismo catalán justifica la espiral violenta que sufre el PP (El Mundo, portada, 14-06-06); Los alumnos tendrán que delatar a profesores que hablen castellano (El Mundo, portada, 17-01-06). Y tras machacar hasta la náusea las consignas de la conspiración a tres bandas, la estrategia se remata con una oportuna encuesta que viene a corroborar, como era de esperar, que a base de engaños su verdad se ha impuesto: Un 66% cree que aun “no se sabe lo que en realidad pasó el 11-M (El Mundo, portada, 11-03-06); Un 40% ve estrecha relación entre la tregua de ETA y el Estatuto catalán (El Mundo, portada, 27-03-06).
En muchos de los titulares recogidos, la estrategia insidiosa es la misma: aprovechar la coartada de datos más o menos ciertos para sugerir o insinuar cosas que en el mejor de los casos no son ciertas y que a menudo son abiertamente falsas. El problema no está tanto en lo que se dice, aunque a veces también, sino en lo que se da a entender, de ahí la impunidad, de ahí la indefensión. El problema no está en los datos asociados sino en la asociación misma de tales datos, es decir, que con la coartada de la relación temporal o espacial objetiva entre unos datos o hechos, impunemente se da a entender una relación de orden argumental. Veamos un par de títulos para ilustrar la técnica y la trampa. Uno de los títulos dice que El Supremo anula el nombramiento del juez que no redimió las penas a etarras, pero es evidente que diciendo lo que dice da a entender algo más, y de hecho la noticia no es tanto la anulación del nombramiento como la razón que no se dice pero que se insinúa claramente al destacar, mediante lo que yo llamo un Contexto de Interpretación, que el juez afectado por la decisión del Supremo “no redimió las penas a etarras”. O sea, que lo que el título da a entender y por tanto dice sin decir, impunemente, es que la decisión del Supremo es sobre todo una censura o un castigo o una venganza o algo así, porque esto es justamente lo que deja entrever la razón apuntada. Esta es la técnica y también la trampa, porque en contra de las insinuaciones alentadas por el título, el texto de la información afirma que “la anulación del nombramiento de Gómez Bermúdez es fruto de la estimación del recurso interpuesto por el magistrado de la Audiencia Nacional José Ricardo de la Prada, que también aspiró al puesto, aunque en su demanda sostenía que, además de él, otros candidatos como Gómez Guevara tenían méritos preferentes sobre los de Gómez Bermúdez para dirigir esa Sala [de lo Penal de la Audiencia Nacional]”. Además resulta que “la decisión judicial ha sido unánime”. Parece, pues, que se trata de un conflicto profesional y no de un veto político que es lo que da a entender sin lugar a dudas el título. Y a pesar de todo, el periodista sigue en sus trece, y utiliza de nuevo la misma trampa en el texto, porque a falta de razones, recurre a la técnica de asociar un contexto de interpretación al asunto, y así, la frase antes citada concluye con una calculada aposición que sin decirlo insiste en la fraudulenta acusación: “…para dirigir esa Sala, uno de los órganos más delicados del organigrama judicial al recaer en ella buena parte del peso de la política antiterrorista”.
En otro titular a cinco columnas y en portada, El Mundo emponzoña otra información con la misma estrategia, a saber, asociar un hecho de actualidad con otro cualquiera u otros con la intención evidente de simular una relación argumental directa entre ambos con el único fundamento de una mera coincidencia en el tiempo: ETA exige la autodeterminación mientras una marea independentista recorre Bilbao y Barcelona. No contentos con relacionar a los manifestantes de Bilbao con ETA, hacen lo propio con los “más de 100.000 [que] secundaron a ERC en favor de la “nación catalana”. Y para que quede bien claro que todo es la misma cosa, bajo el titular aparecen dos fotos a todo color, una de cada manifestación, bien juntas, para que no haya lugar a dudas. La información de portada, a pie de fotos, repite la misma perversión de relacionar políticamente los hechos con el único fundamento de su vínculo temporal: “El nuevo desafío terrorista se conoció poco después de que miles de personas salieran a las calles de Bilbao para pedir la suspensión del macrojuicio contra el entorno etarra. Simultáneamente, más de 100.000 personas secundaron en Barcelona la manifestación a favor de la “nación catalana”. Y a pesar de que en portada los tres asuntos se presentan bien revueltos, luego, en páginas interiores, mientras que la información sobre el comunicado de ETA y la manifestación de Bilbao se retoma en las páginas 10 y 11, la manifestación de Barcelona no aparece hasta la página 16, lo que no deja de ser curioso. Pero el trabajo importante ya estaba hecho en portada: colocar justo al lado de ETA a ERC, Catalunya y las banderas catalanas que enarbolaban, amenazantes, esos cien mil terroristas de la “marea independentista” que recorría Barcelona.
El bombardeo ideológico de estos medios llegó a agusanarse hasta tal punto a lo largo de los dos últimos años, alcanzó tal grado de obscenidad y desvergüenza, que a mediados de setiembre de 2006 el Colegio de Periodistas de Catalunya, una entidad ciertamente preocupada por la ética periodística pero más bien comedida o acobardada incluso si se trata de afear los excesos de algún medio, hizo una denuncia pública de la política informativa del diario El Mundo, la cadena Cope y Libertad Digital. En su comunicado, No en nuestro nombre, el Colegio de Periodistas razonaba su decisión y denunciaba las campañas políticas de esos medios disfrazadas de periodismo:
“No es norma del Colegio de Periodistas hacer ningún tipo de juicio del ejercicio profesional de los periodistas. Pero en algunas ocasiones el silencio resulta imposible porque los hechos nos interpelan directamente y la pasividad podría ser considerada irresponsable o, peor, complicidad.
“El Colegio de Periodistas se ve en el deber de pronunciarse sobre prácticas que afectan gravemente a las instituciones del sistema democrático, ponen en peligro la convivencia, erosionan al conjunto de la profesión […]. Es el caso de las campañas que, con motivo del sumario del trágico atentado del 11-M, han puesto en marcha las direcciones del diario El Mundo, la cadena COPE y Libertad Digital, con la intención de conseguir fines políticos y económicos que nada tienen que ver con el periodismo.
“El Colegio de Periodistas de Catalunya considera que los responsables de estos medios vulneran de forma repetida, tal como ya ocurrió en la ofensiva contra el Estatut de Catalunya, los principios éticos de la profesión, en especial los que se recogen en los dos primeros puntos del Código Deontológico.
“El incumplimiento de estas normas básicas del periodismo representa una distorsión en el funcionamiento del sistema democrático, agravado por la virulencia de las campañas, su duración en el tiempo y la coincidencia con la estrategia de un sector del principal partido de la oposición.
“Por esto, el Colegio de Periodistas de Catalunya hace un llamamiento a todos los periodistas a asumir los principios éticos de la profesión y recuerda a la sociedad que campañas como las que han puesto en marcha las direcciones de El Mundo, la COPE y Libertad Digital no pueden ser consideradas periodismo.” (No en nuestro nombre, 20-09-2006).
Huelga decir que la denuncia del CPC fue despachada con toda la soberbia del mundo por los medios aludidos y por personajes como Urdaci, bien conocido por la subespecie de periodismo de trinchera que practica. Ninguna otra organización profesional no dijo ni media palabra sobre tantas artimañas y tantas patrañas, y con su silencio se entiende que daban el visto bueno a este periodismo rabioso, sin ética y sin control. Del mismo modo, ni un solo juez tomó ninguna medida ante tanta tropelía, con lo que uno intuye que o las leyes son de manga muy ancha o los jueces son cortos de vista o hacen la vista gorda. No siempre, claro, porque en el caso del anuncio a favor de las selecciones catalanas, alguien se movió muy deprisa a fin de ejecutar una censura preventiva, efectiva y definitiva.
Ante todo esto, ante la evidencia que los principios éticos de la profesión y los precarios compromisos deontológicos son papel mojado, y tras confirmar el silencio de leyes y jueces frente a esta perversión del periodismo, que se ha convertido ya en un género, parece más que necesario que tanto la administración como los profesionales acuerden unos criterios éticos básicos y unos mecanismos arbitrales vinculantes y con poder sancionador, claro, porque la buena voluntad sólo conduce a la frustración: en tales condiciones, la defensa a ultranza de la autorregulación suena a cinismo. En su nota de prensa, el CPC por un lado reconocía que “la libertad de expresión encuentra sus únicos límites en las leyes con que se ha dotado un país democrático como el nuestro”, y por el otro defendía el cumplimiento estricto del Código Deontológico de Periodismo, cuyos dos primeros principios, decía, tanto El Mundo como la COPE han vulnerado de forma repetida. En cuanto a las leyes, parece que son más bien reacias a intervenir en el pudridero informativo, y en todo caso parecen concebidas para actuar en una única dirección ideológica. En cuanto al Código deontológico, por un lado, habrá que resolver si tiene rango preceptivo y en alguna medida sancionador o si se trata de una declaración de principios tan solemne como desdeñada, y por el otro entiendo que hay que corregir a fondo la condición y obstinación objetivista de la mayoría de códigos porque consagra una visión falsa y sobre todo torpe de la información al tiempo que proporciona coartadas elementales a los tramposos de la información.
Es esta visión objetivista del periodismo, que proclama sin rubor e incluso sin vergüenza que los hechos son los hechos, la que discuto como primer paso para acreditar la inevitable naturaleza interpretativa y valorativa de la información, y por tanto su irrenunciable condición argumental, que fundamenta la necesidad de una ética de orden pragmático en vez de la ética de raíz lingüística, objetivista, que hoy por hoy sostienen la mayoría de códigos deontológicos y libros de estilo.
En buena medida, la ilusión de objetividad informativa es consecuencia del objetivismo lingüístico que ha condicionado el estudio del lenguaje durante casi todo el siglo XX hasta el punto de reducir el lenguaje a la lengua, y la lengua a simple código que asocia significantes y significados de modo estable. De acuerdo con la lingüística objetivista, que acogió con entusiasmo el célebre esquema de la teoría de la información (Shannon y Weber, 1949), la comunicación humana es un proceso mecánico y simétrico de codificación y descodificación lingüísticas, y el significado es un valor exclusivo del léxico y la sintaxis. Las palabras, pues, agotan el significado, y de este modo se condena al silencio tanto a los sujetos de la interlocución y sus intenciones como al contexto de comunicación. En el terreno del periodismo, el objetivismo concluye en la máxima “los hechos son sagrados o los hechos son los hechos” y desemboca en una idea de objetividad informativa que proclama como divisa ética la separación estricta (?) entre información y opinión, un precepto que consagran la mayoría de códigos deontológicos, unos con ingenuidad, otros con cinismo y algunos aún con sarcasmo.
Si los hechos son los hechos, deberían serlo al margen del sujeto, y es obvio que muy pocas veces ocurre así por mucho que algún iluminado pregonara a diario que “así han sido las cosas y así se las hemos contado”. Acepto que algunas cosas, que son más bien datos que hechos, o son ciertas o no lo son, y si no lo son entonces sólo pueden ser o erróneas (fruto de la incompetencia) o falsas (obra de la mala intención). Bien, hasta dónde los datos pueden ser ciertos, pues claro que han de ser ciertos, pero este grado cero deontológico de la información aunque imprescindible no es suficiente, no es garantía de casi nada y puede ser coartada de todo tipo de atropellos. En fin, que con datos ciertos, incontestables como tales datos, se pueden ciertamente difundir infamias y canalladas con impunidad.
En segundo lugar, yo me pregunto en qué sentido se puede hablar de hechos ante noticias como las siguientes: El juego ofensivo de un equipo joven y valiente deslumbra en el Mundial (El Mundo, 15-06-06); Decepción nacional (El Mundo, 28-06-06); Los escándalos lastran a Lula (La Vanguardia, 02-10-06); El pulso entre el gobierno boliviano y las regiones amenaza con extender la violencia (El País, 13-01-07); La visita del Rey a China impulsa el diálogo sobre derechos humanos (El País, 27-06-07); Musharraf ahoga en sangre la revuelta de la Mezquita Roja (El País, 11-07-07); Zapatero intenta mejorar la imagen de su gobierno y transmitir que la legislatura sigue viva (El Mundo, 07-07-07); Zapatero suelta lastre para agotar la legislatura y entrar en campaña (La Razón, 07-07-07); Golpe de efecto de Zapatero para amarrar la legislatura (La Vanguardia, 07-07-07). Llamarles hechos sólo se podría admitir como licencia retórica o ilusionismo, y si por hechos entendemos algo que es cierto, incuestionable, fuera de toda duda, del tipo “La inflación sube un 3%”, “Hoy empiezan las rebajas”, “Argentina juzga por primera vez a un cura por crímenes bajo la dictadura” o “Siete españoles mueren en Yemen en un atentado atribuido a Al Qaeda”, pues sería un disparate. Lo cierto es que todas esas noticias no son más que interpretaciones y valoraciones contextuales de la actualidad hechas por sujetos y medios que tienen un determinado punto de vista y quizás algunos prejuicios y otros tantos intereses. Y esto no tiene por qué ser malo, simplemente es así, y quien lo niegue, o miente o se engaña. En contra de los equívocos suscitados por la clasificación de los géneros y alimentados por los códigos deontológicos y tantos patanes de la ética, la información de actualidad es de cabo a rabo −tanto en la etapa pretextual y supratextual como en la textual− un proceso de interpretación, valoración y opinión implícitas. Pero que sean implícitas no afecta para nada su naturaleza interpretativa, valorativa y opinativa, todo lo contrario, las hace más poderosas, eficaces, peligrosas, justamente por su condición enmascarada. De ahí el problema, que se afirme como hecho cierto algo que no es más que interpretación y valoración de la actualidad obra de la periodista, que pueden ser todo lo fundamentadas, razonadas y legítimas que se quiera, pero que igualmente pueden ser arbitrarias, gratuitas o tramposas. La información, pues, está saturada de periodista, de su interpretación y valoración de la actualidad, de su punto de vista ideológico, y esto no tiene por qué ser malo, sencillamente no puede ser de otro modo. En contra del objetivismo rampante, defiendo que los hechos son interpretaciones y valoraciones de la actualidad que la periodista debe fundamentar, legitimar. Por eso digo que la información es un género argumental, y aunque su argumentación es implícita, debe sostener con datos su interpretación y valoración de la actualidad.
El objetivismo ampara dos artimañas básicas del periodismo. Por un lado, con el pretexto y la coartada de los datos ciertos, engaña y da a entender cosas que o no son ciertas o son directamente falsas, de ahí que a menudo el recurso a la literalidad y a la precisión de los datos sea un primer indicio de trampa y de impunidad. Por otro lado, presenta como hechos ciertos informaciones que no son más que interpretaciones y valoraciones de la actualidad, hechas desde una determinada perspectiva ideológica, que en cualquier caso habrá que fundamentar, legitimar, y en definitiva argumentar.
Todas estas imposturas del objetivismo quedan al descubierto si se entiende y se acepta el credo básico de la pragmática, a saber, que no hay significado sin sujeto ni contexto, que el significado tiene un doble nivel complementario y simultáneo, un estrato explícito y un substrato implícito, que el lenguaje es algo más que la lengua, que más allá de las palabras están las intenciones, que el significado de lo que alguien dice o hace o de lo que alguien deja de decir o deja de hacer es a fin de cuentas un cálculo de intenciones y que para calibrar las intenciones, para tantear los implícitos, no hay otro camino que la inferencia, o sea, la interpretación y valoración contextual de los datos.
Los textos informativos no sólo manifiestan la condición dual de cualquier comunicación verbal —explícita o semántica e implícita o pragmática—, sino que la elevan al cuadrado, porque los datos de referencia y las intenciones primarias —materia prima de la información— son comunicados a través de la interpretación selectiva, implícita y siempre intencionada del intermediario. En otras palabras, las noticias son valoradas e interpretadas por la periodista en primera instancia —fase pretextual—, y luego esas interpretaciones y valoraciones son trasplantadas a la información —fase textual— de forma implícita, claro está, enmascaradas o incluso ocultas bajo la apariencia objetiva de los hechos.
La paráfrasis comunicativa o el discurso indirecto que supone el periodismo redobla el encañizado de inferencias que fermentan bajo el yeso de la información, y esto puede desorientar o enredar al lector. Veámoslo. La periodista ocupa el ángulo entre las fuentes y los actores de la información por un lado —sujetos de la actualidad—, y el auditorio en general por el otro. La información primaria nos llega sólo a través del discurso indirecto de la periodista, y ya sea por acción, ya sea por omisión, la intermediación no es nunca ni inocente ni neutra, y quien lo afirme o se engaña o nos engaña, vana ilusión o simple estafa. Para entendernos, los medios no son, no pueden ser en ningún caso unos inocuos carretilleros de información que distribuyen limpiamente, sin contaminarlos, los supuestos hechos de referencia: una manipulación aséptica, con preservativo. No, la información no nos dice qué ha dicho o ha hecho alguien, nunca es exactamente así, sino que nos dice qué dice la periodista que ha dicho o ha hecho alguien, que es un tanto distinto, es decir, que la información nunca se limita a decir qué ha ocurrido, que es lo que asegura la retórica objetivista —los hechos son los hechos, aseguran, sobrados, los espadas de la información— sino qué dice el periódico que ha pasado. El acento (qué) se ha desplazado de la realidad al intermediario: la periodista nos informa de qué según ella ha dicho o hecho alguien, y es que tampoco puede ser de otro modo. En fin, que la periodista es parte sustancial de la información, del mismo modo que la mirada es un aspecto capital de la imagen.
La información nunca es información a secas, sino que siempre incluye las interpretaciones, valoraciones y opiniones implícitas que la periodista infiltra por acción o por omisión, desde la competencia profesional o, todo lo contrario, desde la negligencia, da igual, porque se elabore con rigor profesional o se haga de un modo irresponsable, nunca hay información sin informador —ni hay observación sin observador, ni tampoco interpretación sin intérprete— en los dos sentidos de la expresión: primero, la información supone siempre la afirmación de un sujeto activo, o pasivo, por defecto o dejadez, que no deja de ser otro modo de actuar, el más insensato de todos; por consiguiente y segundo, resulta inevitable una relación en cierto sentido consubstancial entre el sujeto y la información, de modo que la periodista es siempre parte integrante de la información, de la misma manera que el observador condiciona la observación, igual que en la imagen se esconde la mirada del autor. Plenamente de acuerdo con Cornu, diremos que “dans son travail de compréhension, le sujet interprétant engage une compréhension de soi-même”, lo que traducido al periodismo significa que “le journaliste comme interprète de l’actualité s’investit dans son interprétation” (Cornu, 1994: 369). En fin, que la información no surge de la nada, la tiene que producir alguien, y este alguien condiciona todo el proceso informativo y satura la información, o sea, que el informador se encarna si se nos permite la expresión en la información, de modo que la información contiene el espíritu de la periodista. El espíritu y algo más, claro está.
En la comunicación directa, los implícitos, las inferencias, las insinuaciones, son digamos simples, basta con interpretar las intenciones que nuestro interlocutor inmediato nos comunica a través de su expresión verbal y no verbal: palabras, gestos y acciones que interpretamos en función de lo que sabemos de él, de nuestra relación con él, de nuestros intereses y nuestras expectativas, y en definitiva de todos aquellos aspectos contextuales que consideramos significativos. En cambio, en la comunicación intermediada, mediática, si no queremos confundir lo que unos dicen y hacen con lo que otros dicen que aquellos dicen y hacen, tendremos que distinguir qué afirmaciones y también qué intenciones imputadas a los sujetos de la actualidad mediante el texto informativo —conjunción de textos y contextos de interpretación— corresponden de hecho a las intenciones de la periodista que, de acuerdo con la estrategia informativa calculada, por un lado hace afirmaciones que a menudo disimulan o esconden su condición original de interpretación y valoración implícitas, y por el otro lado, además de decir aquello que abiertamente dice, da a entender lo que no quiere o no puede decir. En resumen, pues, el sentido contextual de la noticia, interpretado por la periodista en la etapa pretextual, luego, durante la redacción del texto informativo, la periodista a veces los manifiesta explícitamente, lo que la compromete abiertamente, y a veces o los silencia o los restituye con su condición de implícitos, disimulados, mediante la textualización y contextualización de la información. Y abiertamente unos y disimuladamente los otros, la periodista endosa esos implícitos a los sujetos de la noticia y a los lectores de la información, como si nada. Ahora bien, que toda esa manipulación sea legítima o ilegítima, eso ya es otro asunto que corresponde a la ética, yo lo que digo es que informar sin manipulación es complicado y además es imposible.
Por mucho que la periodista recurra a citas textuales y a datos objetivos, la información no se corresponde exactamente con lo que ha dicho o ha hecho alguien, sino con lo que según la periodista ha dicho o hecho alguien; y del mismo modo los implícitos ya no son digamos los originales, los que se supone que alguien pretendía comunicar cuando ha dicho lo que ha dicho o ha hecho lo que ha hecho, sino los que la periodista diseña y sugiere mediante la información. Esto no quita, ni deja de quitar, sin embargo, que la trama de inferencias dispuesta por la periodista en el texto informativo no sea una representación significativa y legítima de los implícitos que en primera instancia la misma periodista atribuye de manera fundamentada, argumentada podemos decir, a la noticia. La periodista, pues, inyecta siempre una dosis indeterminada de interpretación y valoración implícitas en la información Te1 (t1, t2…, tx) que, por así decirlo, nunca equivale a una mera suma de datos textuales primarios (ta, tb…, tn) y contextuales (ca, cb…, cn), o bien porque afirma abiertamente como información cierta las interpretaciones y valoraciones implícitas pretextuales [ia, ib…, in] —p→ (t1, t2…, tx), o bien porque gracias a la conjunción de datos textuales y contextuales suscita tal o tal otro sentido implícito [ia, ib…, in] de la noticia.
En el caso del titular de la información, o bien afirma tt+ct y da a entender [it], o bien afirma abiertamente it pero disfrazada de tt(it). En un caso puede parecer que la inferencia es consecuencia natural de la información tt + ct—>[it], y en el otro, con su apariencia de hecho cierto, el titular tt disimula la interpretación y valoración implícitas [it] →tt. Pero así expresadas, las ecuaciones olvidan o quizás ocultan que todo esto es obra —técnica o trampa— de la periodista, que no sólo es la autora de la información explícita tt + ct, sino que también es la promotora y la responsable de la interpretación y la valoración implícitas [it] que tal información sugiere al lector: la gestión de la información explícita comporta la gestión más o menos opaca de las inferencias, de las implicaciones, de las sugerencias, de las insinuaciones y, en fin, de todo lo que se da a entender.
Aunque lo disimule, la periodista forma parte principal de la información, por activa y por pasiva. En las ecuaciones de antes falta, pues, el factor determinante de la información, la periodista: tt+ct—p→ [it]; it—p→tt. De acuerdo con la fórmula, la distancia que separa, por ejemplo, la suma de los elementos informativos tt+ct de la inferencia suscitada y promovida por el titular de la información [it], y viceversa, la distancia que media entre la interpretación que a menudo esconde el titular tt(it) y los datos que sustentan tal interpretación y valoración implícita tt + ct, nos darán una idea básica de la intervención inevitable, decisiva y fundamental de la periodista en la información, la medida exacta de la dosis de interpretación y valoración implícita administrada a la noticia, y esto nos ha de permitir evaluar la legitimidad de la información y, sobre todo, identificar y argumentar los fraudes informativos en función de si la interpretación de la periodista, que de acuerdo con la ecuación apuntada podemos expresar así: P = it– (tt + ct), tiene fundamento, o es discutible, o injustificada o es directamente tramposa.
A renglón seguido, expongo con detalle los mecanismos básicos de manipulación de la información. En primer lugar, la información primaria que las fuentes y los actores sociales remiten a los periódicos (directamente o a través de gabinetes y de agencias), o que la periodista busca por propia iniciativa (una especie en vías de extinción, que contrasta con el aumento de oficinistas de la información), casi nunca es reductible al sentido literal de las palabras y, todavía menos, a las palabras literales, sino que se deberán tener en cuenta los contextos de interpretación relevantes que han de permitir evaluar las intenciones y determinar el sentido de la información. La literalidad, en este sentido, no es garantía de nada, más bien acostumbra a ser indicio de engaño y coartada de estafa. Las declaraciones y datos primarios hay que interpretarlos, hay que contextualizarlos: la información no sólo se ha de textualizar, también se ha de contextualizar. Así pues, la periodista deberá interpretar la información primaria (ta, tb.…, tn) en función de los contextos que considere pertinentes —entorno prosódico, contorno paralingüístico, contexto de situación o, en general, contexto de interpretación (Ci)—, y de acuerdo con esto determinar unas intenciones implícitas (ia, ib…, in) que atribuirá a los sujetos de la noticia.
En segundo lugar, la elaboración de cualquier texto informativo comporta un proceso de valoración y de interpretación implícitas de la periodista, y por lo tanto cualquier texto informativo arrastra y comunica a modo de sugerencia o insinuación —dice sin decir, da a entender— las interpretaciones, valoraciones, juicios y aún prejuicios de la periodista. Vemos la actualidad a través de los ojos de la periodista, y deberíamos poder detectar su rastro en el texto, su punto de vista en la imagen, si no queremos confundir los hechos con la información, o el mundo con la mirada. En el texto informativo, concurren una selección de datos reformulados, reordenados, a menudo potenciados y aún desbordados por contextos que se proponen como claves de interpretación del sentido. Y mediante la amalgama textual, la periodista y los medios traman y arman los implícitos, algo que en principio no tiene por qué ser ilegítimo y que en cualquier caso es inevitable. Una información cualquiera conlleva siempre un estrato explícito o textual y un substrato implícito o inferencial, un texto explícito (Te) y una información implícita (It), sugerida por el mismo texto. Bueno, en el caso de la información, la estructura todavía es más compleja.
Así, por ejemplo, el sentido contextual y las intenciones It0(ia, ib…, in) que la periodista adjudica a la noticia y a los actores de la actualidad en la etapa pretextual en función de los datos informativos obtenidos Te0(ta, tb…, tn) y de los contextos Ci0(ca, cb…, cn) que considera pertinentes —intenciones y sentidos que en ningún caso son explícitos sino fruto de la interpretación contextual—, luego, en el texto informativo, la periodista puede formular explícitamente tales intenciones y tales sentidos, afirmarlos abiertamente y así disimular o enmascarar su condición original de interpretación y valoración (implícitas). En tales casos, los implícitos apreciados en la etapa pretextual —aquello que entendemos que alguien da a entender cuando dice lo que dice, sin decirlo, claro está—, luego, en la etapa textual, la periodista los promueve a la superficie de la información, los hace explícitos, y por tanto ya no los da a entender sino que los afirma sin ambages, de modo que disimula y esconde su condición original de interpretación y valoración, y finalmente, esos sentidos interpretados y esas intenciones calculadas se endosan abiertamente a los actores de la información. Y de este modo, la información meramente implícita de la etapa pretextual It0(ia, ib…, in) luego se puede reconvertir en información textual explícita Te1(t1, t2…, tx), que enmascara su condición implícita de interpretación y valoración. O sea que, por obra y magia del periodismo, aquello que en la fase pretextual son sólo implícitos textuales (ia, ib…, in), se puede transformar en información explícita (t1, t2…, tx), como si fuera un dato objetivo más. Asimismo, según los contextos aportados, amplificados o silenciados por el texto informativo Ci1(± ca, cb… cn), la información orientará, suscitará y determinará nuevas inferencias It1(i1, i2…, ix) del lector (l), y así ad infinitum. Mediante las ecuaciones siguientes represento el procesamiento pretextual y textual de las interpretaciones y valoraciones implícitas en la labor informativa:
Fase pretextual de la información:
Te0 (ta, tb…, tn) + Ci0(ca, cb…, cn) →P→It0 (ia, ib…, in)
o expuesto de modo simplificado: Te0 + Ci0 →P→It0
Fase textual de la información:
±Te0 (±ta, tb…, tn) →P→Te1 (t1, t2…, tx)
±Ci0 (± ca, cb…, cn) →P→Ci1 (c1, c2… cx) →P→Te1 (t1, t2…, tx)
±It0 (±ia, ib…, in) [(±ta, tb…, tn) + (± ca, cb…, cn)]→P→Te1 (t1, t2…, tx)
que de forma conjunta se puede expresar así:
(±ta, tb…, tn) + (± ca, cb…, cn) + (±ia, ib…, in) →P→ (t1, t2…, tx)
o formulado de modo simplificado:
(±te0 ) + (Ci1 [±Ci0]) + (±It0) →P→Te1
Fase de recepción de la información:
(t1,t2…, tx)[(±ta, tb…, tn)+(± ca, cb…, cn)+(±ia, ib…, in)]→P/L→(i1, i2…, ix)
o expresado de modo simplificado:
Te1 [(±Te0)+( Ci1 [±Ci0])+(±It0)] →P/L→ It1
Proceso de la Interpretación y Valoración Implícitas en la información (F. Burguet Ardiaca)
Si en el esquema de la interpretación y la valoración implícitas en la información he simplificado los procesos básicos de manipulación descritos en las fases de producción y recepción de la información es porque quiero destacar sobre todo que la intermediación de la periodista no tiene nada de inocua ni de inocente, sino que está cargada de intenciones y es determinante del sentido finalmente comunicado. Que quede claro que, desde el punto de vista ético, esta intermediación o manipulación en principio ni es buena ni tiene porque ser mala, sencillamente es inevitable. Por un lado, mediante la contextualización o la descontextualización (textual y supratextual) de la información, la periodista promueve, alimenta y en cualquier caso condiciona un determinado cálculo de intenciones y de inferencias. O dicho de modo más elemental, es a través de lo que dice y de lo que calla en la información (Te1[(±Te0)+( Ci1 [±Ci0])+(±It0)]) que la periodista da a entender lo que da a entender y lo que finalmente entiende (It1) el lector. Igualmente, es por medio de las inferencias convertidas en información textual explícita (±ia, ib…, in) →P→ Te1 (t1, t2…, tx), que la periodista endosa a la información, y por tanto también al lector, determinadas interpretaciones, valoraciones y opiniones que, disfrazadas de hechos y empolvadas de certeza, ahora disimulan o esconden su condición de interpretación y valoración (implícitas).
Dicho esto, quizá convenga hacer algunas precisiones sobre el esquema del proceso de la interpretación y la valoración implícitas en la información propuesto antes. En primer lugar, observamos que en la etapa pretextual la periodista recibe informaciones de las fuentes primarias, o las recoge por su cuenta, Te0 (ta, tb…, tn), a partir de las cuales, y en función del contexto de interpretación Ci0(ca, cb…, cn) que considera pertinente, deriva ciertas intenciones e interpreta cierto sentido implícito que, llámense interpretaciones, inferencias, valoraciones o ilocuciones (Austin), comparten la misma condición de implícitos textuales It0 (ia, ib…, in) que ponen en el primer plano de la información al sujeto que interpreta y valora la actualidad: la periodista. Luego, en la etapa textual, sin necesidad de recurrir a la interpretación y la valoración explícitas, la periodista puede descargar en la información las valoraciones y las interpretaciones implícitas que considera claves para entender el sentido de la actualidad, y tal descarga la lleva a cabo mediante la selección, textualización jerárquica y expresión significativa de los datos de la información (del silencio a la magnificación) y sobre todo a través de los mecanismos de contextualización, o de descontextualización, que no deja de ser otra forma de contextualizar, la más difícil de detectar. Lejos de la candidez o del cinismo, vaya usted a saber si es cáscara o máscara, que postulan una información pura que es pura quimera, afirmamos que la información se ha de textualizar (empalabrar) pero también se ha de contextualizar, porque más allá de lo que alguien dice o hace debemos atender lo que (consideramos que) da a entender. No hay texto sin contexto, y la información tanto es fruto del texto como del contexto, que interactúan sin cesar en la comunicación verbal, tanto en la producción como en la comprensión textual, procesos ambos de adaptación e interpretación contextual. Y aquello que alguien ha dado a entender, la periodista lo puede afirmar y atribuir abiertamente o bien solamente sugerirlo, darlo e entender. Claro que también lo puede callar, ni tan siquiera insinuarlo, silenciarlo mediante el silencio. Quiero decir que la competencia y la técnica son los únicos caminos que conducen a la ética, pero que igualmente inducen a la trampa.
En la etapa pretextual, la periodista recibe o recoge unas informaciones ta,tb…,tn, a partir de las cuales, y en función de los contextos de interpretación ca,cb…,cn que considera pertinentes, deriva ciertas intenciones e interpreta cierto sentido implícito que, llámese interpretación, inferencia, valoración o ilocución, comparten la misma condición de implícitos textuales ia,ib…,in y sitúan en el primer plano de la información al sujeto que interpreta y valora la actualidad: la periodista.
En la etapa textual, pues, la periodista elabora la información a partir de tres elementos pretextuales básicos que, de acuerdo con su competencia y ética profesionales, podrá considerar o desestimar, silenciar, amplificar o magnificar, comunicar o callar: la información suministrada por las fuentes o recogida por la periodista (±ta, tb…, tn), los contextos de interpretación que considera pertinentes para entender la noticia de actualidad (±ca, cb…, cn), y las intenciones y el sentido interpretados en función de los contextos propuestos (±ia, ib…, in), bien entendido que cada construcción textual de la información (t1,t2…, tx) generará a su vez y en correspondencia unos implícitos específicos (i1, i2…, ix).
En su condición de discurso indirecto, la información periodística puede ser referencia leal y legítima tanto de los discursos comunicados en primera instancia por las fuentes de la noticia como de los hechos observados y documentados. Pero que la referencia pueda ser legítima no significa en ningún caso que la información sea una reproducción objetiva de la noticia referida, que es lo que proclama o da a entender la retórica de la objetividad que profesan con más o menos fervor la mayoría de libros de estilo y códigos deontológicos. Si fuera así, la pluralidad informativa sólo se referiría en teoría a la variedad de noticias pero no a la diversidad de puntos de vista o de intereses (des)informativos. Por el contrario, entre los textos de referencia de las fuentes (Te0) y el texto informativo (Te1) hay por fuerza diferencias más o menos acusadas, porque la más elemental intervención de la periodista supone ya una selección, una reformulación y una reordenación de la materia prima informativa, y las diferencias textuales explícitas conllevan siempre diferencias en los implícitos textuales.
Si en función de unos contextos de interpretación implícitos Ci0(ca, cb.…, cn), la periodista adjudica a la información explícita de las fuentes Te0(ta, tb.…, tn), unos determinados implícitos It0(ia, ib…, in) que interpretan las intenciones implícitas de esas mismas fuentes, entonces la información explícita del texto informativo Te1(t1, t2.…, tx), a la cual la periodista agrega o deja de agregar determinados contextos de interpretación Ci1(± c1, c2.…, cx), podrá suscitar otros implícitos It1(i1, i2…, ix), que reinterpreten (comuniquen o, al contrario, silencien) las intenciones identificadas en primera instancia.
Una cosa es qué dice o qué hace f y otra cosa es qué dice p que dice f o qué dice p que hace f, y la diferencia entre el discurso directo y el indirecto da la medida exacta de la intervención de los medios que afecta siempre los dos estratos textuales de la información y en la dos direcciones: explícito ←→ implícito. En este sentido, me parece que podemos catalogar dos estrategias básicas de manipulación de la información:
I.— En primer lugar, consideramos las intervenciones directas de la periodista en el estrato explícito del texto informativo mediante, por un lado, la selección, la expresión, la reconstitución o la ocultación textual de los elementos de la información (±ta, tb…, tn) →P→ (t1, t2…, tx), y por el otro lado mediante la inserción, la amplificación o la sustracción de contextos de interpretación (±ca, cb…, cn) →P→ (c1, c2…, cx) →P→(t1, t2.…, tx). Las dos intervenciones (±ta; ±ca) repercutirán, claro está, en el substrato implícito textual, de modo que (±ia, ib…, in) → (i1, i2…, ix), lo cual no quita que las inferencias pretextuales y textuales no puedan ser más o menos coincidentes, aunque también pueden ser divergentes o contrapuestas incluso. Además del proceso inexcusable de valoración, selección, expresión y reorganización de la materia prima informativa (declaraciones, datos, informes, comunicados), sobre todo hay que tomar en cuenta los mecanismos de contextualización o descontextualización (±ca, cb…, cn) que, discretos y cargados de segundas intenciones, catalizan la formación y expansión de implícitos altamente significativos, aunque no siempre legítimos. La descontextualización (–ca, cb…, cn), tanto si es intencionada como si es sin intención (?), es también un modo de contextualizar la información, a menudo doblemente tóxica, porque el contexto cero (CØ) es bastante más difícil de detectar, casi invisible si no lo delatan otros contextos de interpretación: de aquí la utilidad del análisis comparado. El objetivo de todas estas maniobras textuales es, naturalmente, infiltrar en el substrato informativo —el territorio de los implícitos, de las inferencias, de las ilocuciones, es decir, de lo que se dice sin ser dicho, de lo que se hace cuando se dice lo que se dice o se calla lo que se calla— todo lo que no se quiere o no se puede decir abiertamente, o sea, insinuar, sugerir o dar a entender lo que por razones obvias uno no se atreve a afirmar.
Con esta intención de dar a entender impunemente algo que en ningún caso podrías decir, porque no tienes ningún dato que lo acredite y porque te complicarías la vida, a veces se llega a extremos delirantes, por ejemplo el diario El Mundo que al informar de la comparecencia ante el juez de la Audiencia Nacional de Jamal Zougam, uno de los acusados de la matanza del 11-M, abría portada con una insinuación tan grotesca como ésta: Zougam al llegar a la Audiencia: “¿Quién ha ganado las elecciones?” (El Mundo, 20-03-04). Sin comentarios . Y sin vergüenza.
II.— En segundo lugar, advertimos la transformación encubierta de los implícitos pretextuales (ia, ib…, in) en explícitos informativos (t1, t2.…, tx), que no es más que afirmar abiertamente, como si fuera un hecho indiscutible, lo que en primera instancia sólo era una inferencia o interpretación más o menos justificada. O sea que, bajo el disfraz de la afirmación, como si fuera algo cierto, la información esconde o disimula a menudo su condición de interpretación o valoración implícitas, su naturaleza inferencial y por tanto argumental: de este modo, la interpretación no sólo evita tener que argumentar su verosimilitud, su legitimidad, sino que además, por obra y trampa del periodismo, parece acreditar una condición de hecho cierto que no tiene. Presentados en términos de auténtica constatación, el sentido atribuido a una noticia o las intenciones imputadas a sus actores disimulan la falacia relativa de su afirmación y enmascaran cuando menos la interpretación y la valoración implícitas de tal afirmación. En cualquier caso, a pesar de su apariencia meramente informativa, estas inferencias pretextuales disfrazadas de hechos no deberían eludir su condición original de interpretación o valoración implícitas, y por lo tanto la información debería aportar las razones y los datos que las legitiman. Si no es así, es trampa.
Las dos estrategias son, de hecho, las dos caras de un mismo carnaval informativo. Si en un caso se explicitan los elementos textuales y contextuales -objetivamente acreditados, ciertos sin duda alguna, incontestables- que precipitan la inferencia que no se quiere o no se puede justificar, en el otro caso la inferencia se propone de forma explícita aunque se oculta su condición original de interpretación tras la máscara de una afirmación que, como interpretación (implícita) que es y no deja de ser, tiene la obligación ética, técnica y, en una palabra, profesional, de mostrar las cartas textuales y contextuales que avalan tal interpretación disfrazada de afirmación; la naturaleza interpretativa más o menos enmascarada de tal información obliga a la periodista a restituir en el texto los contextos relevantes que legitiman tal interpretación implícita, que fundamentan su verosimilitud. Si no, la interpretación queda en el aire, sin fundamento, y es un fraude o, peor aún, un error.
Si no queremos ser víctimas de la información, ni como profesionales ni como lectores, debemos entender y dominar el metabolismo de las interpretaciones y las valoraciones implícitas en el texto informativo. Esto significa sobre todo poner al descubierto los implícitos que engordan y musculan a la noticia, es decir, detectar las informaciones que no dejan de ser interpretaciones y valoraciones (implícitas) aunque se presenten como afirmación de un hecho cierto y, asimismo, sustanciar las inferencias que los contextos aportados, magnificados o silenciados, pueden suscitar. Por lo tanto, la periodista puede legitimar o no las interpretaciones y las valoraciones implícitas que infectan a la información, y del mismo modo puede desatender las inferencias promovidas por los contextos aportados o silenciados, alegando como pretexto la literalidad objetiva de la información, en el sentido de negar que su texto diga lo que el lector interpreta que da a entender.
En pocas palabras, la ética periodística no puede tener una fundamentación simplemente lingüística, que es lo que proponen sin decirlo o quizá sin saberlo la mayoría de códigos deontológicos, porque esto conduce a la estafa de la retórica objetivista, sino que debe reclamar una legitimación de orden pragmático. Esto quiere decir que, más allá de la certeza de los datos informativos, que es algo que ya damos por hecho y que constituye el grado cero de la deontología periodística, la información no sólo debe documentar lo que dice sino que sobre todo debe justificar lo que sugiere, insinúa o da a entender. Si la información vulnera el mencionado grado cero deontológico, sólo puede ser o un error, obra de un incompetente, o una mentira, propia de miserables; pero si la información se salta la justificación pragmática, entonces se trata de un engaño, que es como mentir pero con coartada y disimulo, obra de expertos en juego turbio, profesionales de las trampas de la información.
Finalmente presento, a la vez que denuncio, tres informaciones que violan a mi entender los criterios de legitimación pragmática expuestos y que, por lo tanto, me parecen tres ejemplos claros de ilegitimidad informativa. Las tres informaciones corresponden al diario El País: esto no significa ni mucho menos que los otros medios no vulneren los principios de legitimidad informativa propuestos, seguro que algunos los transgreden mucho más[1], solamente quiere decir que he concentrado mi análisis en este periódico por razones de difusión, influencia, prestigio y poder. Las tres noticias hacen referencia al llamado conflicto vasco, y las tres fueron noticia de portada.
Examinaré en primer lugar dos textos que informan de la actitud de CiU en contra de una de las principales medidas acordadas por PP y PSOE en el llamado Pacto Antiterrorista que, recordémoslo, CiU se negó a suscribir, pero no porque no esté contra el terrorismo, claro. El título de portada de las informaciones mencionadas era, en un caso, PNV y CiU se oponen a que el Gobierno disuelva los ayuntamientos que apoyen a ETA(15-10-02), título que casi calcaban a cuatro columnas en la información de la sección correspondiente: CiU y PNV rechazan que el Gobierno pueda disolver ayuntamientos que justifiquen a ETA; en el segundo caso, el título de portada afirmaba que CiU recurrirá la ley que permite al Gobierno disolver los ayuntamientos que amparen a ETA (El País, 29-10-02), que en su versión interior a cuatro columnas todavía resultaba más mal intencionado: CiU cree inconstitucional que el Gobierno disuelva ayuntamientos que amparen a ETA. En los dos casos los titulares son, si se quiere, de una naturaleza objetiva impecable, porque lo que dicen es cierto, no es mentira, y en este sentido no discuto la veracidad de la información: doy por hecho que lo que dice el título es cierto y puede acreditarse. Pero del mismo modo afirmo que las inferencias que los cuatro títulos suscitan con toda la intención del mundo, y que las informaciones de portada confirman, son del todo inaceptables, ilegítimas, porque engañan. Con una expresión literal objetiva indiscutible, los cuatro títulos dan a entender acusaciones que en ninguna parte se justifican y que en ningún caso El País podría afirmar abiertamente, porque entonces además de engañar ya sería mentir.
Además, las informaciones correspondientes que El País publica en primera página me parecen especialmente tramposas, fraudulentas, porque los textos se limitan a confirmar que PNV y CiU en un caso, y CiU a solas en el otro, están en contra de la ley que permite al Gobierno español disolver los ayuntamientos que justifiquen o apoyen a ETA, y si esto es así como dicen, porque damos por hecho que el diario no miente, entonces sólo puede ser porque PNV y CiU quizá no estén a favor de los terroristas, pero quizá tampoco estén muy en contra de ETA.
En la primera de las noticias, la trampa de portada se mantiene o se acentúa en la información que El País publica en el interior, donde añade un subtítulo yo diría que cargado de mala fe: Los nacionalistas se oponen a una de las medidas para proteger a ediles que plantean pp y psoe (p. 15). Si alguien lee un titular así, fácilmente cae en la tentación de interpretar que a CiU y PNBya les parece bien que ETA se vaya cargando a concejales: ¡una calumnia! Hará falta llegar al tercer párrafo de la información de sección para saber que no es que CiU esté en contra de la medida propuesta, que es lo que se da a entender, sino que los llamados nacionalistas consideran que una decisión de este tipo corresponde al gobierno de las comunidades autónomas y no al gobierno central: en resumidas cuentas, que todo no es más que un conflicto de competencias. Y no lo digo yo, sino que lo asegura el mismo periódico, lo que hace todavía más flagrante y ruin la trampa diseñada:
“[…] CiU mantiene inalterable la posición que defendió en 1985 cuando se aprobó la Ley de Bases de Régimen Local. Entonces y ahora los nacionalistas catalanes consideran que esa facultad que la ley otorga al Consejo de Ministros debería estar entre las facultades de las comunidades autónomas. Se trata, por tanto, de una cuestión de competencias”.
En la segunda de las informaciones, el equívoco de portada sólo se mantiene en el título de la información de sección, CiU cree inconstitucional que el Gobierno disuelva ayuntamientos que amparen a ETA (29-10-02: 15), porque enseguida el subtítulo aclara que La Generalitat anuncia que recurrirá la propuesta de PP y PSOE por invasión de competencias. En la misma línea, la información explica que el Gobierno catalán presentará un recurso contra la ley de seguridad de los concejales “si ésta otorga al Gobierno central y no a las comunidades la potestad de disolver los ayuntamientos que justifiquen y apoyen actos terroristas” (primer párrafo). Puestos a no hacer más trampas tramposas y a llamar las cosas por su nombre, El País reconoce finalmente que “CiU no se opone a la disolución de ayuntamientos pero cree que la competencia para ejecutarla corresponde a las autonomías y no al Gobierno central” (tercer párrafo). De hecho en el párrafo inmediato los periodistas ya recogen una declaración inequívoca de Duran i Lleida, secretario general de la coalición: “CiU considera justa, legítima y necesaria esta iniciativa si lo que se pretende es debatir la protección de los concejales amenazados por el terrorismo” (segundo párrafo). La información del interior, pues, delata la trampa de portada y también pone en evidencia el título de sección: no, no es que “CiU cree inconstitucional que el Gobierno disuelva ayuntamientos que amparen a ETA”, porque dicho así es engañar, y El País lo sabe, y así lo reconoce en el texto, que es falso lo que da a entender, porque CiU no está en contra de disolver los ayuntamientos que amparen a ETA, que es lo que da a entender el titular, sino en contra de que sea el Gobierno central quien los disuelva. Es decir, que la consideración de inconstitucional no afecta al predicado (disolver ayuntamientos que apoyen a ETA), sino sólo al sujeto (el Gobierno central). En consecuencia, me parecen tramposos tanto los títulos de portada como de sección, y entiendo que un título legítimo debería decir, cuando menos, que CiU cree inconstitucional que sea el Gobierno quien disuelva ayuntamientos que amparen a ETA.
El tercer caso, que me parece un ejemplo claro de información ilegítima, ya delata su condición tramposa en portada: El País convierte en noticia de actualidad algo que ocurrió más de tres años atrás, y si esto no es sospechoso, por lo menos resulta curioso. Como en los dos ejemplos anteriores, la información presenta una factura objetiva impecable, es decir, que no discuto la certeza objetiva de los datos de la información, no niego la veracidad de lo que afirma, al contrario, la suscribo, pero igualmente denuncio la falsedad de lo que da a entender, y por lo tanto digo que la información hace trampas, es ilegítima, y aunque no miente, lo cierto es que engaña. El título de portada informa de que Una fiscal dejó Euskadi, amenazada tras recurrir cinco excarcelaciones de la juez Ruth Alonso (27-10-02), y el texto que lo acompaña se limita a añadir un dato, que la fiscal se fue en 1999. Por su parte, el título a cuatro columnas de la información interior reitera que Una fiscal fue coaccionada y dejó Euskadi tras recurrir excarcelaciones de la juez Alonso (p. 19), y por si no estaban bastante claras las intenciones del diario, el subtítulo subraya que la fiscal se había opuesto a cinco liberaciones de etarras ordenadas por la juez de Vigilancia. Y consecuente con el énfasis contextual del titular, el primer párrafo de la información destaca que:
“[la fiscal] tuvo que abandonar Euskadi tras sufrir una intensa campaña de acoso de grupos ligados a los presos de ETA. La coacciones, que incluían manifestaciones ante su casa de Bilbao, se debían a que en pocos meses recurrió la concesión de al menos cinco libertades condicionales de ETA ordenadas por la juez Ruth Alonso.”
No dudo que la fiscal dejó Euskadi, que tuvo que marcharse. No discutiré tampoco si estaba sólo coaccionada o amenazada, porque fuera el que fuera el grado de coacción o amenaza, el miedo es libre y además allá uno se juega la piel por nada, y la fiscal tenía todo el derecho del mundo a temer por su vida y a largarse, cualquiera habría hecho los mismo. Estoy convencido de que todo esto ocurrió tras recurrir cinco excarcelaciones de presos etarras, y me creo igualmente que tales excarcelaciones fueron ordenadas por la juez competente, Ruth Alonso en todos los casos. Todo lo que afirma la información es, dato tras dato, cierto, indiscutible, objetivo si se quiere así decir. Entonces, ¿dónde está el problema? Lo señalaré con algunas preguntas: después de leer la información de portada y el titular interior, además de entender lo que dice, ¿usted diría que da a entender algo más? ¿Exactamente qué más? Y esto que da a entender, ¿está justificado en alguna parte del texto? ¿Qué pinta la juez en el título? ¿A qué responde tanta insistencia en la juez? La respuesta parece más bien fácil, y la conclusión pues igual: es una información ilegítima, porque hace trampa, porque da a entender de forma impune, sin decirlo, algo que el diario sabe que no podría decir en ningún caso, a no ser que tuviera alguna prueba fehaciente de la acusación que sólo se insinúa. Fíjense en que el nombre de la juez ocupa en los titulares el lugar sintáctico de complemento del nombre ‘excarcelaciones’, un complemento que en buena lógica correspondería a ‘etarras’, y la juez etarra no es, supongo:
Una fiscal fue coaccionada y dejó Euskadi, tras recurrir cinco excarcelaciones de la juez Ruth Alonso
Una fiscal fue coaccionada y dejó Euskadi, tras recurrir cinco excarcelaciones de presos etarras
[1] También podríamos formular la ecuación inmediatamente anterior en que las intenciones primarias (ip) de las fuentes y los actores de la actualidad (F) gobiernan la elaboración de los textos que comunican a los periodistas: ip →F→ta + (±ca).
[2] Las informaciones, es un decir, publicadas por El Mundo sobre el 11-M o sobre el nuevo estatuto de Cataluña, por poner dos ejemplos recurrentes, darían por lo menos para llenar un par de volúmenes como éste sólo para consignar los sistemáticos atropellos a los más elementales principios de la ética profesional: a veces incluso mienten, pero engañan casi a diario. Y no hago ninguna referencia a la COPE por simple higiene, para evitar náuseas a la gente decente.