01. UNA PREGUNTA ES NUESTRA RESPUESTA AL DESEO DE SABER
Hay un preso en una celda que tiene dos puertas, una a cada lado. En cada puerta, un guardia. Una voz le anuncia que hay un camino a la libertad, si acierta qué puerta está abierta. Para ello, se le permite hacer una pregunta, una sola, a uno de los guardias. Parece sencillo, pero hay un pero: uno de los guardias siempre miente, el otro nunca.
En pastilla, concentrado, el conocido juego lógico de antes reproduce el esquema básico de una entrevista: tenemos un objetivo —saber algo que no sabemos y que queremos saber: qué puerta está abierta—, buscamos una pregunta eficaz, que resuelva nuestra ignorancia y nuestra reclusión, pero tenemos un problema: el interlocutor, que puede que sea un mentiroso. Determinado nuestro objetivo, que pocas veces será tan preciso y concreto como éste, debemos resolver la estrategia de la entrevista, porque no siempre vamos a contar con la cooperación del entrevistado, y a menudo nos vamos a encontrar con evasivas, trabas, resistencia e incluso hostilidad —o mentiras como es el caso—, dependerá de cómo afecten nuestras preguntas a sus intereses. Quiero decir que no siempre se puede preguntar abiertamente lo que queremos saber, que no es lo mismo pedir qué hora es, por favor, que preguntarle a alguien si es un corrupto o un racista o un pederasta, porque lo sea o no lo sea ya sabemos qué nos va a responder, que no, aunque puede que tenga sentido (estratégico) preguntar tal obviedad: lo veremos en el apartado de estrategias.
Determinado qué queremos saber, hemos de hallar cómo saberlo. Y es ahí donde nuestro preso se encuentra con el gran obstáculo: no sabe quién es quién. Delimitar el problema es empezar a resolverlo. La solución parece fácil, por lo menos en teoría: debemos encontrar y formular una pregunta que neutralice ese contraste de conductas, una pregunta hecha con tal astucia que resulte indistinto que responda el mentiroso o el otro: o sea, que dé igual preguntar a cualquiera de los dos, porque haremos que los dos sean el mismo, y digan lo mismo. Y en este caso solo hay dos caminos posibles, o mediante la pregunta obligamos a los dos a decir la verdad o bien les obligamos a mentir a los dos. Pero si uno siempre miente, será difícil que diga la verdad, y entonces solo queda una solución. No la doy, la solución, para no ofender a la inteligencia de quien lee, convencido que la hallará por su cuenta.
Cualquier pregunta solo puede nacer del deseo de hallar una respuesta, de saber algo que no sabemos, de disipar dudas. Pero la ignorancia —no saber nada de nada— no es el principio de ninguna entrevista: de la ignorancia no nace nada, insolencia a lo sumo, ridículo casi siempre, fracaso seguro. En todo caso, las preguntas solo aparecen cuando alcanzamos conciencia concreta de nuestra ignorancia, y eso solo se consigue mediante la documentación exhaustiva y la información contrastada, o sea, la conciencia de nuestro desconocimiento solo se activa mediante el conocimiento: no es ni una boutade ni una paradoja, es el catón de la lógica universal. Es sabiendo más y más —de cualquier asunto, de cualquier persona— como nos damos cuenta con relativa claridad y precisión de lo mucho que ignoramos, es aprendiendo que surgen los interrogantes, es a medida que conocemos mejor el mundo que se intuye todo un mundo desconocido, y así se perfilan las preguntas y se elaboran las entrevistas. Nadie puede lanzarse a una entrevista sin haberse informado a fondo antes, sin una documentación solvente y sólida, sin haber resuelto antes con detalle qué es lo que quiere saber. Si no sabemos qué queremos saber, cuáles son nuestras incertidumbres, cuáles nuestras hipótesis, es imposible que surja ninguna pregunta legítima, sensata, eficaz. Y aunque simulemos que preguntamos algo —¿qué piensa de la situación en Oriente Próximo?, por ejemplo—, servirá de poco, porque responda lo que responda nunca sabremos si la respuesta es suficiente, pertinente, si nos satisface, porque no sabemos qué queríamos saber y por tanto nos será imposible verificar nada de nada. En estas condiciones, quedaremos a merced de nuestro interlocutor, de su incompetencia o de sus conocimientos, de sus verdades, sus mentiras y sus silencios, de su honestidad o de su falta de escrúpulos…, y si a pesar de todo la respuesta tiene interés será muy pero que muy a pesar nuestro.
Saber qué queremos saber es imprescindible aunque pueda que sea insuficiente para hacer cualquier buena entrevista. Si uno no sabe qué quiere saber, ¿qué carajo preguntará? Pues nada. O vaguedades. U obviedades. O tonterías. Y el ridículo está asegurado. Conservo de hace años (1997) una entrevista tremenda de tan horrenda pero graciosa de tan ridícula que una alumna le hizo a Georges Moustaki durante un lejano sant Jordi en que el conocido cantautor francés vino a Barcelona a presentar sus memorias. La chica tuvo no sé si la ingenuidad o la osadía de presentarse en su hotel, de llamar a su habitación y de empezar una entrevista sin saber apenas nada de él. Y lejos de disimular su ignorancia, ella la confiesa con tal descaro que la entrevista oscila entre el hazmerreir y la parodia, y a pesar de ser un pésimo trabajo de periodista, funciona como artefacto cómico. Impenitente seductor, Moustaki le perdonó el atrevimiento a la joven alumna. El arranque mismo ya da para una lipotimia de vergüenza y una carcajada de feriante:
Alumna: ¿Había estado antes en Barcelona?
Moustaki: Muchas veces; vengo a menudo.
La cosa empieza mal. Y era de esperar porque he llegado con las preguntas que se me han ocurrido durante los diez minutos que me ha dicho que me esperara para subir cuando le he llamado desde recepción. Empieza mal y empeora.
Alumna: No conozco demasiado su trayectoria musical…
Moustaki: Ah, bueno.
Alumna: ¿La ha abandonado ya?
Moustaki: No, no.
Alumna: ¿Sigue cantando?
Moustaki: Sí, sí.
Alumna: Pero, ¿compone canciones nuevas?
Moustaki: Nuevas, sí.
Alumna: ¿Me puede hablar de sus inicios como cantante?
Moustaki: Mira, yo que sé… ¿Tu quieres ser periodista? Yo fui periodista cuando tenía tu edad. Debes saber quien es la persona a la que vas a entrevistar.
Alumna: Ya.
Moustaki: Yo no soy quien ha de… Este es tu trabajo. Yo no he contarlo todo. Sobre todo porque hablo mal el español y me apena hablar mucho.
Alumna: Pero es que no la tenía preparada.
Moustaki: Pues debes prepararla.
Parece una de esas jocosas parodias del desconcertante Tonino Guitián en Caiga quien caiga —de esa misma época, por cierto, a finales de los noventa— pero no lo es. Te ocurre algo así y se te cae la cara de vergüenza. Eso si no te echan antes con una buena bronca. Pero Moustaki aguantó como una estatua los disparates que se le ocurrieron a la chica. Ella apenas sabía nada más que presentaba un libro, Las hijas de la memoria, y tras el habitual e impertinente arranque de la ignorancia —¿Me podría hablar un poco del tema de su libro?—, la chica desplegó este delirante diálogo:
Alumna: El libro, ¿lo ha escrito en francés?
Moustaki: Sí, en francés.
Alumna: ¿Y por qué no lo ha escrito en griego?
Moustaki: Pues porque mi idioma de creación es el francés.
Alumna: ¿Vive más en Francia que en Grecia?
Moustaki: Sí, sí, mucho más.
Alumna: A Grecia, ¿va de vacaciones?
Moustaki: Más o menos, sí.
Alumna: Ah, ¿tiene una isla, no, allá?
Moustaki: ¿Allá? No, no tengo ninguna isla allí.
Alumna: Ah, ¿vive allá?
Moustaki: ¿En Grecia?
Alumna: Sí.
Moustaki: No. Voy de vacaciones a una isla. Nada más. Pero no es mía ni tiene nada que ver con mi pasado.
Alumna: Ah, bueno.
Supongo que la chica aprendió algo de su insensatez. Y en todo caso le dio una buena solución escrita a la entrevista, bien estructurada alrededor de las escenas cómicas, y no tuvo reparos en reírse de sí misma y mostrar su incompetencia para divertir al lector. Era una joven de 21 años, que estaba a media carrera de Periodismo, era su primera entrevista, y hasta cierto esto podía excusarla. No sería el caso de un tal Jacobo Zabludovsky (México, 1928), a quién debería habérsele caído la cara de vergüenza por la entrevista que hizo a Dalí en Port Lligat en 1971, que pueden encontrar en la red. Zabludovsky es un tipo tan ignorante y a la vez tan ajeno a su ignorancia que no advierte ni su impertinencia ni su torpeza mayúscula. Su estupidez está a prueba del mayor de los ridículos: Dalí le pone verde en un par de ocasiones —verde de tal modo que avergonzaría a cualquiera—, pero él como si nada, Zabludovsky sigue con su risa boba, y entonces, harto, Dalí opta por el desdén y el desprecio. Zabludovsky es un tipo que no sabe nada de nada, y lo peor, no quiere saber nada, un perfecto paleto. Sólo empezar, aparece la ignorancia, crasa y supina, de ese periodista con cara de memo que, el día de la matanza de Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, diez días antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos de México, en la que murieron entre 300 y 400 estudiantes a manos de los militares, paramilitares y francotiradores, empezó su noticiario de la noche en Televisa diciendo: “Hoy fue un día soleado”. Patético.
Zabludovsky: Maestro quiere usted hacer una prueba de sonido por favor?
Dalí: Una poooolla xica, pica, pellarica, camatoooorta i becarica va tenir sis polls xics, pics, pellarics, camatorts i becarics.
Zabludovsky: ¿Esto es francés maestro?
Dalí: Es catalán y es una anticipación del famoso código genético que usted sabe muy bien que dos premios nobeles encontraron hace seis años. Quiere decir, en catalán y de una manera anticuada, la estructura molecular del ácido desoxirribonucleico.
Zabludovsky: ¿Y esto para qué sirve, maestro?
Dalí: Para la inmortalidad, entre otras cosas.
Zabludovsky: […] Maestro, ¿Cuál es la fuente de su genio?
Dalí: Yo creo que la fuente de mi genio es…, me gusta repetirme, exactamente la estructura molecular del ácido desoxirribonucleico que encontraron Crick y Watson.
Zabludovsky: ¿Usted lo toma? ¿O como es esto? [No, no es broma, lo dice en serio]
Dalí: Ah, no. No, eso no se toma, eso es una cosa que se nace. Usted sabe muy bien que según las últimas investigaciones científicas, desde la primera molécula que Dios creó, hasta la última que esta creándose, todo se transmite monárquicamente y genéticamente a través del ADN.
Diez minutos después, Dalí ya apenas le escucha, le ignora, y, sin ni siquiera mirarle se dedica a firmar decenas y decenas de horrorosas litografías. Como no se le ocurre nada de nada, Zabludovsky suelta otra majadería y Dalí, cargado de tanta sandez y tan poca gracia, le da el ultimátum y le manda al carajo. Pero él parece incapaz de darse por aludido y sigue como si tal cosa.
Zabludovsky: Maestro, ¿qué cree usted que necesita un gran pintor: ser primero un dibujante o no necesita ser dibujante? ¿O es una base para ser pintor?
Dalí: —Eso no lo respondo porque está en los manuales de arte. Otra pregunta que sea un poco más inteligente y acabamos.
Zabludovsky: Bueno maestro a mi me cuesta mucho… Quiere usted hacer alguna declaración?
Dalí: Ninguna. Son ustedes los que quieren que haga declaraciones. Yo con firmar tengo suficiente.
Zabludovsky: Maestro, qué es más… en que se realiza mejor su genio, en la pintura, en la escultura, en el grabado, en las joyas… En qué tipo de manifestación artística?
Dalí: Prepárese, querido amigo, porque ésta es la última pregunta que voy a responder. O sea, mi genio.., ¡ni en la pintura, ni en el grabado, ni en la acuarela, ni en las joyas, ni en la litografía…! [Se levanta, se saca las gafas, se lo mira con una mirada que es una patada, y le grita:] En la ¡COS-MO-GO-NÍ-A! [luego le da la mano de un modo que parece decir: bien, ¡y ahora lárguese! Pero él, impertérrito]
Zabludovsky: Maestro ¿que es la cosmogonía? [Para partirle la cara]
Dalí: Ah… ¡Apréndalo, apréndalo! [Qué paciencia, la de Dalí]
Zabludovsky: No le entendí, maestro; dígame, por favor. [Tanta estupidez no puede ser]
Dalí: ¿Cosmogonía…?
Zabludovsky: Sí.
Dalí: El sistema del cosmos, la concepción del cosmos. O sea, Dalí tiene la concepción del cosmos completamente original. Y lo más importante como se acaba de decir hoy mismo si lee la Scientific American Dalí tiene una cosmogonía propia. ¡Y mi genio está en mi propia cosmogonía!
Zabludovsky: Pero, ¿porque se excita, maestro, si estamos platicando?
Dalí: Me excito porque si no se dicen las cosas con una cierta convicción la gente no se entera. Ahora la gente que habrá visto la televisión, buscaran un diccionario y verán qué coño quiere decir eso de la cosmogonía. Porque lo que le ha pasado a usted pasará a todos sus auditores, porque resulta que las sociedades de consumo que utilizan esos medios informativos como ustedes están muy poco al corriente incluso del vocabulario científico. Porque me ha sorprendido que cuando le he hablado del ADN, parecía que le hablaban de la luna. ¿Verdad o mentira?
Zabludovsky: Es cierto.
Ya lo dije antes: de la ignorancia no nace nada más que insolencia, ridículo y vergüenza ajena. Una actitud como la de Zabludovsky —suma de holgazanería, desidia y estupidez— es algo inadmisible, imperdonable, no solo por la tremenda ignorancia de la que casi se jacta ese necio, no solo por la lamentable incompetencia que maneja ese payaso, sino porque además es una falta de respeto hacia la persona entrevistada y hacia la audiencia. Bueno, tendrá su larga penitencia, porque su fantochada va a quedar colgada como escarnio propio por los googles de los googles.
Ante cualquier entrevista, sea del tipo que sea, hemos de resolver un itinerario básico que podríamos resumir así: Qué sé sobre el asunto (y que no sé, claro); qué quiero saber (que no se sepa ya); cómo saberlo (a quien preguntar, qué preguntar y cómo preguntarlo). El primer punto remite a ese primer momento en que tenemos la idea o el encargo de hacer una entrevista sobre algo o de entrevistar a alguien. Más allá de las primeras intuiciones sobre el asunto o la persona —cuestiones controvertidas, aspectos dudosos o preocupantes, críticas, consecuencias, explicaciones…—, que pueden dibujar la geografía elemental del asunto y dar una primera y general orientación a la entrevista, debemos iniciar de inmediato un trabajo selectivo de documentación —la búsqueda de información sólida, rigurosa; de reportajes contrastados, fiables; de análisis y opiniones de fuentes solventes, acreditadas—, cuyo procesamiento nos debe conducir a la conclusión del itinerario: a delimitar el territorio relevante y los objetivos principales de la entrevista y, al mismo tiempo, a esbozar, perfilar y luego a formular y a vertebrar las preguntas concretas de lo que va a ser en principio nuestra entrevista. Y en cualquier caso, empezar una entrevista sin saber qué queremos saber —qué buscamos— es un disparate y será un desastre.