Los líos del profesor Lorenzo Gomis con la información y la opinión
Si por un lado, los medios y los periodistas de medio mundo y un montón de académicos y de manuales se han emperrado y se emperran no sé si con devoción o con cinismo en mantener viva la ilusión de la objetividad y, a lo sumo, acceden a retocar la máscara para preservar el mito en su pedestal o mantener la estafa libre de sospecha, por el otro, también ha habido analistas y profesionales que, desde mediados de siglo XX, han denunciado —algunos con discreción y otros con decisión— la falacia intrínseca de la objetividad al mismo tiempo que reconocían la ineludible condición interpretativa y valorativa de la información: Por ejemplo F. Fattorello, autor de una lúcida teoría social de la información, insólita en su época (1959), donde afirma sin rebozos que “il fenomeno sociale della informazione sta nella interpretazione del tutto soggettiva del promotore e nella successiva interpretazione non meno soggettiva del recettore” porque, expone con toda la razón del mundo, “l’uomo non può uscire da sè stesso, dalla sua soggettività […] Per cui coloro che affermano di essere obiettivi o di dire la verità dicono la verità che è relativa ad ognuno di loro” (Fattorello, 1959: 64, 52). Nada que objetar, todo lo contrario, me parece que cualquier periodista algo sensata entenderá que sin una mediación subjetiva —el sujeto y sus opiniones, sus prejuicios y principios, y sus intereses, claro— ni tan siquiera se puede desatar el proceso de la información. Y en la misma dirección, estará de acuerdo con el análisis elemental pero ilustrativo que Lester Markel, director durante más de cuarenta años de la edición dominical de New York Times, hacía en 1969 del oficio de periodista:
“Le reporter le plus objectif rassemble cinquante faits. Comme il dispose de peu de place, il n’en conserve dans son article [información] qu’une douzaine. Il en a donc éliminé trente-huit. C’est un premier jugement. Il choisit ensuite le fait qu’il placera dans la première phrase de l’article. Ce faisant il le met bien plus en valeur que les onze autres. C’est un deuxième jugement. Enfin, le rédacteur en chef choisit quels articles figureront à la une ou en page douze. En page une, ils attirent infiniment plus l’attention qu’en page douze. C’est un troisième jugement. La fameuse présentation objective des faits est donc soumise à trois jugements humains” (Servan-Schreiber, 1972: 226).
Una reflexión parecida, aunque algunos años más tarde, exactamente el 25 de noviembre de 1984, exponía el escritor Francisco Ayala en su discurso de ingreso en la Real Academia Española de la Lengua:
“Notemos para empezar que, tanto el tamaño y emplazamiento del bloque informativo como el del anuncio publicitario dentro de las páginas del periódico, tienen una significación silenciosamente elocuente. La tarifa pagada por el anunciante así lo delata. En cuanto a la noticia de actualidad, su colocación y despliegue le indica al lector cuál es la importancia relativa que debe atribuirle.
“[…] Cuando desee que algo se le escape a sus lectores acudirá, no sólo al aludido recurso de esconder y disimular la información correspondiente, sino también a varios otros que el ingenio le sugiera y la práctica tenga acreditados: recursos literarios tales como una redacción elíptica o gris, o al revés, farragosa y confusa.
“[…] Consciente, pues, el periodista del carácter disperso de los intereses del público al que se dirige, empleará su arte profesional en orientar a los lectores para conseguir, en primer término, que fijen su atención sobre determinados hechos desviándola de otros, y en seguida, que se formen acerca del asunto la opinión que a él le conviene fomentar” (Ayala, 1985: 54-55).
El análisis de Ayala puede parecer simple, incompleto, pero también claro, indiscutible, más que suficiente para acreditar la naturaleza valorativa y por eso mismo interpretativa de la información, aunque sólo fuera por el hecho de decidir, antes que nada, qué se publica y qué se oculta o se magnifica o se disimula —etapa pretextual—, y luego, en consecuencia, determinar la jerarquía de las noticias en el tiempo o el espacio de la información —etapa supratextual— que, como dice Ayala, tiene una significación tan silenciosa como elocuente. Pero insisto, la valoración pretextual es fundamental, más determinante que cualquier otra, porque oculta más que enseña, calla más que dice, porque delimita por acción pero sobre todo por omisión la imagen de la actualidad —el presente social—, y ya se sabe lo que cuesta escuchar el silencio, que apenas deja rastro. Cada palabra, cada titular, cada noticia, esconde un descomunal silencio: el silencio de todas las otras palabras desestimadas, de todos los otros titulares posibles y, sobre todo, de todas las otras innumerables noticias sepultadas. Queda clara, pues, la inevitable condición interpretativa y valorativa de la información que, en paralelo a su vocación hermenéutica, en cada edición impone un orden del día, un temario (agenda-setting) que determina y organiza la actualidad, o sea, la percepción interesada y parcial de la realidad, lo cual no tiene por qué impedir que sea legítima:
“[…] L’agenda setting, en même temps qu’il constitue le véritable pouvoir des médias [por acción y por omisión, no lo olvidemos], exerce une synthèse médiatique de la vérité aussi violente et mensongère que peut l’être sa synthèse cléricale ou sa synthèse politique. Il laisse penser implicitement sinon explicitement, que le présent du monde est ce que les médias en disent, alors que la vérité du monde ne cesse d’être ailleurs, que les médias n’en dévoilent qu’une partie. Ce n’est pas que cette partie soit fausse [no necesariamente, pero también puede ser falsa]. C’est la prétention implicite à exprimer la totalité du réel qui est un leurre. L’agenda-setting dévoie d’autre part le travail du journaliste en ce sens qu’il en oriente le regard, qu’il en réduit les hypothèses de recherche: certains événements, certaines parolesm certains acteurs sont d’avance répertoriés comme remarquables, alors que d’autres manifestations de l’actualité, non moins riches de sens, sont vouées à l’inexistence” (Cornu, 1994: 366, 367-368).
No siempre se ha entendido que la información está (pre)determinada por esta ubicuidad de la interpretación y de la valoración y la opinión, ni tan siquiera hoy, y menos todavía en 1974, cuando Lorenzo Gomis publicó la primera edición de El medio media, donde el profesor y periodista reconocía la condición interpretativa de la labor informativa, y en este sentido afirmaba que “al decir qué noticia va a publicar y qué noticias no merecen publicarse, el periódico interpreta la realidad” (Gomis, 1987: 17). Observaciones tan elementales, tan evidentes como ésta, no siempre se han aceptado abiertamente y menos aún se han puesto de relieve, más bien todo lo contrario, y por esto veo razonable el comentario que Héctor Borrat dedicaba al libro de Gomis justo después de aparecer la segunda edición:
“Fácil es reconocer, en la opinión, la interpretación. Menos frecuente, en cambio, era a la fecha de publicación de este libro [1975] advertir que la interpretación se encuentra ya en la información. De ahí el mérito de Gomis al llamar la atención sobre la naturaleza interpretativa del propio proceso de toma de decisiones acerca de qué excluir y qué incluir en cada temario periodístico” (Borrat, 1988: 82, 83).
Sin embargo, creo que Gomis pecó de prudente porque, ni en la segunda edición de El medio media (1987) ni tampoco en textos posteriores, no llevó hasta las últimas consecuencias la visión interpretativa de la información que profesaba, porque en ningún momento cuestionó el principio de separar la información de la opinión, ni tampoco criticó los equívocos suscitados por la teoría de los géneros, sino que muy al contrario los presentó siempre como garantes de la fiabilidad informativa, y así aseguraba, por ejemplo, que “cuanto más se respeten las convenciones propias del género —nacidas de una peculiar relación entre contenido y forma— más homogéneo resultará el trabajo de redacción y más confianza adquirirá el receptor en el mensaje que le llega” (Gomis, 1991: 44). O dicho más claro y sin pudor alguno, “el estilo puramente informativo con que se escriben las noticias facilita la confianza del público” (Gomis, 1991: 45). Dicho sea con todo el respeto, me parece un punto inconsecuente el argumento de Gomis, y observo un agujero de contradicción en sus apreciaciones, o así me lo parece. Veámoslo, pues.
Por un lado, en el mismo prólogo a la segunda edición de El medio media (1987: 10), Lorenzo Gomis aseguraba “que todo es interpretación, desde la noticia al editorial. ¿Qué otra cosa puede ser la noticia más puramente informativa sino una interpretación selectiva de algo ocurrido, realizada por medio de los recursos del lenguaje?” No sé, pero quizá convendría aclarar en qué sentido dice que una noticia es una interpretación puramente informativa, sobre todo para evitar malentendidos y para saber de qué hablamos cuando nos referimos a los géneros informativos o a los interpretativos, es decir, que qué les distingue. En idéntica dirección, Gomis apunta que “todo periódico es el resultado de un proceso complejo, que comprende una serie de elecciones sobre lo que ha de publicarse, el lugar en que ha de ir, el espacio que tiene que ocupar […] A mi entender, este proceso es fundamentalmente un proceso de interpretación. El periódico actúa como un intérprete; más aún, el periódico es un intérprete y el periodismo un modo de interpretación de la realidad” (Gomis, 1987: 16). Totalmente de acuerdo: es que no puede ser de otra manera. Y todavía iba más lejos, porque aparte de la interpretación pretextual y supratextual de la información que acabamos de reseñar, Gomis también reconocía la condición interpretativa, y entiendo que subjetiva, del texto informativo:
“Al definir al hecho en términos verbales, con palabras, la interpretación de la realidad es ya forzosamente selectiva. Califica de algo a alguien, describe con un verbo y no con otro la acción de un individuo. No hay otra manera humana de hacerlo que sirviéndose del lenguaje. Y el lenguaje no puede dar cuenta de la realidad sin caracterizarla, sin escoger unos aspectos y olvidar otros, sin definir la realidad en términos excluyentes.
“[…] Al definir el hecho, y aun antes, al aislarlo del conjunto de la realidad, lo hemos interpretado [interpretación pretextual]. Esa interpretación toma forma periodística en la redacción de la noticia. Cuando ésta se difunde, no sólo el lector, también los demás medios de comunicación ven ya la realidad a través del prisma de una interpretación, la que viene dada por las palabras escogidas [interpretación textual].
“[…] El momento esencial es, pues, aquel en que se aísla lingüísticamente de la realidad algo que vemos como hecho y que podemos redactar como noticia, o sea reducir verbalmente a noticia. En eso consiste la interpretación. Ahora bien, es indudable que el ser humano que procede a esa interpretación [subjetiva, ¿pues?] está condicionado por unas costumbres en la búsqueda de la noticia, y predispuesto a ver unas cosas y no otras y a entenderlas gracias a unos conceptos y no otros, así como a expresarlas por medio de unas palabras y no otras” (Gomis, 1987: 26).[1]
Sin embargo, luego de reafirmar la naturaleza interpretativa y valorativa del proceso informativo, y de sentenciar incluso que “titular una noticia vuelve a ser una forma muy concreta y específica de interpretación” (1987: 21-22), Gomis se ponía el mismo la zancadilla y extrañamente resolvía que:
“la noticia, que cumple la función de transmitir hechos, de decirle al lector qué ha pasado, es un género anónimo, impersonal, colectivo. Es el periódico o la agencia que la difunde quien responde del contenido ante el lector. Por eso el uso del lenguaje que corresponde es puramente informativo, impersonal.
“[…] Cuando una noticia va firmada admite un margen un poco mayor de apreciación personal [Apreciación: ¿qué querrá decir?]. Siempre, sin embargo, y especialmente cuando va sin firma, conviene evitar las palabras que llevan una carga afectiva [?] que pueda perturbar la pureza de la información [Por favor, ¿tenemos que entender que hay una información pura? ¿Y también una información impura, pues? ¿Y se puede saber en qué consiste tal (im)pureza?] Si bien la noticia, como hemos visto, es el fruto de un trabajo de interpretación, el uso denotativo, impersonal, puramente informativo del lenguaje debe contribuir a que la noticia aparezca como el resultado de una interpretación, en lo posible, común y afectivamente distanciada de los hechos” (Gomis, 1987: 35).
Además de la relativa contradicción que observo, expresada por la paradoja que dice que la noticia es una interpretación puramente informativa, parece como si Gomis, en la parte final de la cita, nos propusiera enmascarar la interpretación de la información, disimularla mediante un estilo impersonal o, como él mismo detallaba en otro momento, “despojado en lo posible de apreciaciones subjetivas […] de modo neutro, puramente informativo” (Gomis, 1987: 179), que es el recurso básico de la estrategia de la credibilidad informativa desplegada per la retórica de la objetividad que si no entendí mal él también reprobaba. Y aún siendo evidente la inconsecuencia, porque no creo que la intención fuera cínica, más adelante vuelve a recomendar como la cosa más natural del mundo la misma estrategia de disfrazar la información con la bata blanca de la objetividad, con aspecto de hechos objetivos, sin manchas ni rastro de sujeto, de acuerdo con la idea de que el mejor modo de parecer objetivo consiste en no parecer subjetivo, esto es, en afeitar o disimular cualquier señal de subjetividad:
“[Al redactar una noticia] cuando menos, es preciso conseguir que en el lenguaje no surja ya una corriente de hostilidad y de desconfianza provocada por la coloración afectiva con que se presente el hecho. De ahí el uso puramente informativo del lenguaje y el propósito de no mezclar en el acto de la comunicación apreciaciones, evaluaciones o juicios propios del que comunica. Si hay algún juicio u opinión en la noticia, tiene que estar atribuida a alguien: entonces se convierte en un ‘hecho’ que se comunica informativamente, no en una opinión propia del comunicador” Gomis, 1987: 149).
Después de reconocer que en la elaboración de la información “todo es interpretación”, resulta cuanto menos chocante que Gomis rehabilite la ilusión de un estilo puramente informativo que evite todo tipo de apreciaciones o juicios. Pero, ¿qué no habíamos acordado que decidir qué es noticia —y por tanto qué no lo es o no tanto— es ya un primer paso de interpretación y valoración definitivo, crucial? Y en segundo lugar, sorprende esa invitación formal que hace al periodista a disfrazar de hechos sus opiniones, a disimularlas y, en lugar de exponerlas como propias, presentarlas como ajenas. Ya sabemos que es un recurso habitual de la información, consigna elemental del catón de la profesión: elemental pero vergonzante. Quiero decir que me sorprende la sugerencia digamos que poco ética del autor. De todos modos, se agradece la franqueza y la confesión. A mi modo de ver, la descripción y la prescripción de la información que Lorenzo Gomis proponía es en buena medida contradictoria y en cierto grado confusa. Y en cualquier caso, pide una explicación que disipe o atenúe la paradoja que él mismo expresaba al definir la noticia como una interpretación puramente informativa o cuando, luego de afirmar que todo es interpretación, no tenía reparos a hablar de información pura[2].
Con el objetivo quizá de poner orden entre los equívocos suscitados, y al mismo tiempo evitar que su idea del periodismo —“todo es interpretación, desde la noticia al editorial”— se interpretara como una negación de los géneros, Gomis propuso distinguir dos tipos de interpretación periodística:
“Cuando afirmamos que el periódico es un intérprete y el periodismo un método de interpretación periódica de la realidad, principalmente de la realidad social, no negamos que pueda y deba distinguirse entre información y opinión; lo que afirmamos es que se trata de dos clases de interpretación. En efecto, debe distinguirse una interpretación de primer grado, que nos permite llegar a decir que tal cosa ha ocurrido en tal sitio […] y una interpretación de segundo grado, que nos permite situar un hecho, dado como noticia, en el contexto social y decir qué significa […].
“La interpretación de primer grado nos dice qué ha pasado: es descriptiva. La interpretación de segundo grado nos dice qué significa lo que ha pasado: es evaluativa. La primera opera más o menos directamente con la realidad en crudo: acontecimientos, hechos, palabras. La segunda opera con la realidad ya interpretada descriptivamente, ya comunicada en forma de noticia. El ideal periodístico es que un mismo ejemplar del diario pueda ofrecer los dos grados de interpretación, y pueda comunicarnos el hecho (noticia) y su significación (comentario).
“[…] La interpretación de primer grado corresponde a lo que comúnmente se llama información; la interpretación de segundo grado, a lo que se llama opinión” (Gomis, 1987: 16, 17, 307).
En primer lugar, destaquemos que Gomis sólo tenía en cuenta dos géneros: la información, que en ocasiones llama noticia, y la opinión, que también denomina comentario; advirtamos igualmente que la tarea de contextualizar la información, de interpretar el sentido de los hechos —interpretación de segundo grado, la llama—, según él corresponde a los géneros de opinión, que básicamente son los comentarios de redactores o colaboradores —columnistas eventuales o habituales— y sobre todo el comentario editorial. En cambio, sitúa la crónica y el reportaje justo al lado de la noticia, ejemplos todos ellos de la interpretación de primer grado que, a su modo de ver, se limita a decir “qué ha pasado” pero no a explicar “qué significa lo que ha pasado”, función que según él corresponde al comentario editorial o personal. En el prólogo a la segunda edición de El medio media, aún reconociendo que “en estos años se ha extendido la tendencia a hablar de interpretación para referirse a una zona situada entre la información y la opinión”, el autor mantenía la idea original de que todo es interpretación pero que hay dos clases de interpretación —de primer y de segundo grado— que justifican la separación dual de los géneros —información y opinión—, y al mismo tiempo insistía en esta idea caducada de crónica y reportaje:
“[…] por mi parte sigo manteniendo que todo es interpretación, desde la noticia al editorial. ¿Qué otra cosa puede ser la noticia más puramente informativa sino una interpretación selectiva de algo ocurrido, realizada por medio de los recursos del lenguaje? La información es interpretación de realidades y la opinión interpretación de posibilidades.
“Que en la interpretación de primer grado, o informativa, haya matices y diferencias entre la escueta comunicación de hechos de un género anónimo como la noticia y la transmisión de impresiones y la evocación de ambientes propia de géneros firmados como el reportaje y la crónica no impide que la función que tienen en común sea contribuir a que el lector sepa lo que pasa. Mientras que en la interpretación de segundo grado la función es convencerle de la significación que a juicio de alguien (el comentarista o el mismo periódico en el caso del editorial) tiene lo que ha pasado o va a pasar” (Gomis, 1987: 10).
Borrat contestaba en su tesis doctoral la definición que Gomis daba de cada género, y a la vez identificaba la clave que a mi entender permite explicar de manera satisfactoria las paradojas reseñadas antes alrededor de los géneros, esto es, erradicar cualquier ilusión de información pura y, por el contrario, afirmar la naturaleza interpretativa, valorativa e inevitablemente subjetiva de la información. En este aspecto, Borrat replicaba que:
“La opinión es también y sobre todo —subrayo por mi parte— interpretación de realidades. Sólo a partir de ella puede apuntar a los posibles. Por eso, la diferencia entre interpretación y opinión no la sitúo en esa contraposición entre interpretación de realidades e interpretación de posibilidades —sugerida por este giro de Gomis— sino en el añadido de la evaluación que se produce cuando hay opinión. El texto de información no manifiesta los juicios de valor de su autor; el de opinión los pone en primer plano” (Borrat, 1988: 84-85).
Y de acuerdo con esta apreciación que, sin decirlo abiertamente, sugiere con claridad que cualquier información implica siempre un grado u otro de opinión —opinión implícita, pues—, Borrat propone ampliar a tres los grados de interpretación del periodismo, lo cual supone también una redefinición de los géneros o una redistribución de las funciones:
“— Interpretación implícita o de primer grado: el texto no la dice, pero el lector puede inferirla a partir de las exclusiones, inclusiones y jerarquizaciones que el propio texto ha hecho.
“— Interpretación explícita o de segundo grado: el texto interpreta sin hacer un juicio positivo o negativo sobre lo interpretado.
“— Interpretación explícita con evaluación o de tercer grado: el texto interpreta y hace un juicio positivo o negativo sobre lo interpretado” (Borrat, 1988: 85).
Y aunque en buena medida considero acertada la clasificación de Borrat, igualmente me parece insuficiente: pienso que se queda corto al tratar de reconocer y de identificar la omnipresencia de la opinión implícita en los dos primeros grados de la interpretación. De una parte, más allá de la interpretación y opinión explícitas, formales, propias de los llamados géneros de interpretación y de opinión, cualquier texto informativo presupone un ejercicio de valoración —interpretación y opinión al mismo tiempo— implícito, que es como decir disimulado, encubierto, oculto, y que por esto mismo puede resultar más peligroso que cualquier texto de interpretación o de opinión explícitas. De la otra parte, estas interpretación y opinión implícitas en la información ciertamente que se manifiestan y se pueden inferir, como dice Borrat, a través “de las exclusiones, inclusiones y jerarquizaciones que el propio texto ha hecho”, pero también se agarran a la superficie textual, por ejemplo gracias a los mecanismos de contextualización de la información y las fórmulas de atribución de sentido contextual a las noticias de actualidad, o a través de recursos sintácticos o léxicos que arrastran una valoración implícita intencionada, o sin intención, que aún es peor.
Así pues, no hay ningún texto periodístico de información pura, sino que la misma selección de los datos, la estructura del relato informativo, y las expresiones y la sintaxis del texto son un indicio más o menos disimulado de la opinión implícita que afecta o infecta a la información. Por poner un ejemplo, no es lo mismo abrir la sección de economía con el título “Ruiz de la Serna dice que Camacho vació Gescartera desde 1989, y durante diez años” que dedicar la portada a la misma noticia pero redactada de este otro curioso modo: “Camacho vació las arcas de Gescartera durante los años en que gobernó el PSOE” (La Razón, 01-10-2001). En fin, que la elaboración de cualquier texto informativo de actualidad, que es lo que ahora mismo nos ocupa y preocupa, es siempre un ejercicio de interpretación y de opinión implícitas que afecta del principio al fin las tres etapas del proceso informativo: pretextual, textual y supratextual.
[1] El autor reproduce casi al pie de la letra estos mismos fragmentos en Gomis (1991: 42).
[2] En su tesis doctoral, Borrat deduce que “entendiendo el periodismo como “un método de interpretación sucesiva y regular de la realidad social”, Gomis pone en evidencia que la interpretación, en lugar de caracterizar tan sólo a algunos de los géneros periodísticos, está presente en todos ellos. Dicho de otro modo: que ningún texto es pura información” (1988: 82). No sé, pero si la apreciación de Borrat es ajustada, lo será en contra del mismo Gomis, que una y otra vez da por hecho que hay una información pura, una pureza de la información e incluso un estilo puramente informativo. O esto, o Borrat y Gomis no hablan de los mismo cuando hablan de pureza.