Iñaki Gabilondo (1942), uno de los entrevistadores españoles más reconocidos, sobre con su programa Hoy por Hoy en la SER. Aquí se analizan dos entrevistas a dos que están acorralados y quieren escapar: uno lo consigue, el otro, no.

 

06. SI EL ENTREVISTADO ESTÁ ACORRALADO, QUERRÁ EVADIRSE Y NO HAY QUE DEJARLE: dos entrevistas desiguales de Iñaki Gabilondo

          Una entrevista no es un juicio. No perseguimos una confesión explícita aún cuando ése sea el trasunto. Si la obtenemos, fantástico, aunque eso ocurre pocas veces, pero es que además nos basta con el reconocimiento implícito, con las evasivas que delatan, con el silencio elocuente. Mariano, ¿tu me engañas?, le pregunta María sin previo aviso a su media cebolla, y Mariano, con ojos y boca de merluza asustada, se calla, no dice nada y tampoco hace falta, es suficiente con esa burbuja de silencio que va a estallar en un par de segundos con una sonora y previsible bofetada. Una entrevista no es un juicio, pero a veces buscamos que alguien reconozca o desmienta no sé qué, que lo niegue, si puede, o que le alcance la sospecha. En estos casos hay dos aspectos capitales. El primero, que además de con palabras, nos expresamos e incluso nos delatamos con todo eso que de manera general llamamos comunicación no verbal: especialmente la mirada, las muecas, los gestos, el sonrojo, los tonos…Si alguien dice que sí de palabra, pero con los ojos dice que no, nadie tiene problemas para interpretar que lo que importa es la mirada. Por eso en estos casos, la entrevista ideal es la audiovisual, porque la imagen y el sonido son aliados formidables de nuestro objetivo: ¿se imaginan un primer plano de alguien que niega algo mientras se sonroja y se le desencaja el rostro? Pues eso.

            Segundo asunto. Si el entrevistado se ve acorralado, intentará evadirse, y no hay que dejarle. En estos casos, la reacción del entrevistado es casi siempre tratar de invertir los papeles, adueñarse de las preguntas para que el periodista caiga en la trampa de responder y, por poco que se descuide, se despiste, pierda los papeles y se olvide de donde estaba exactamente. Es más o menos lo que le ocurrió a Iñaki Gabilondo en una entrevista en la cadena SER a Arnaldo Otegi, entonces portavoz de Euskal Herritarrok (31-05-2001). Oyendo o leyendo la entrevista, uno advierte que el objetivo de Gabilondo es poner en evidencia la dependencia, las relaciones o la connivencia de EH en general y de Otegi en particular con la violencia de ETA. O eso, o todo lo contrario, que Otegi condene abiertamente el terrorismo etarra, respuesta más que improbable. Veamos el fragmento de la entrevista en que Otegi, que estaba ya arrinconado y listo para la audiencia, consigue despistar a Gabilondo mediante la treta habitual de cambiar los papeles, es decir, responder con una pregunta, esperando que el periodista muerda el interrogante, cosa que hizo.

Gabilondo: ¿No le parece que un acto de responsabilidad sería que usted le diga a ETA que cree en la vía democrática, y que deje de matar? Daríamos un paso muy adelante si EH fuera políticamente autónoma.
Otegi: No, EH es absolutamente independiente.
Gabilondo: ¿EH es independiente de ETA?
Otegi: Absolutamente.
Gabilondo: La víspera del final de la tregua de ETA estaba usted con el lehendakari’ pactando una resolución contra la ‘kale borroka’. Y 24 horas después usted estaba a favor de la kale borroka.
Otegi: No, eso es absolutamente mentira. (…) Yo nunca he hecho una declaración a favor de la kale borroka, en absoluto.
Gabilondo: Ha estado y está permanentemente con los chicos de Haika en ruedas de prensa mostrando una proximidad, claramente. No me diga que está contra la ‘kale borroka’.
Otegi: Hombre, yo tan estoy cerca de los chicos y chicas de Haika que tengo un hijo de 19 años que es de Haika (…). Pero eso no quiere decir que Haika sea la responsable de la kale borroka.
Gabilondo: (…). Estamos hablando de terrorismo y de que usted se tiene que desmarcar para no parecer lo que a muchos le parece: una marioneta en manos de ETA, y EH una formación que hace lo que le dicen.
Otegi: Lo que se trata de hacer es ocultar el problema y el debate político, y para eso ¿qué hay que decir? Pues que Otegi y EH no toman decisiones y que como son unas marionetas no hay que discutir. ¿Por qué? Porque tienen pánico a debatir con nosotros.
Gabilondo: (…) ¿Es un instrumento válido el terrorismo: sí o no?
Otegi: El terrorismo, no.
Gabilondo: ¿Lo que hace ETA es terrorismo?
Otegi: Bueno, eso sería muy…, muy…, un debate muy largo…
Gabilondo: Tenemos tiempo.
Otegi: ¿Tenemos tiempo? Vamos a hacer un debate sobre violencia…
Gabilondo: No, no. Respóndame primero si el terrorismo es un instrumento válido o no.
Otegi: No me gusta la violencia, ni hace 40 años ni ahora. Yo propongo una fórmula que permite superar la violencia de ETA. Ahora le voy a hacer otra pregunta: ¿es válido el artículo 8º de la Constitución española que encomienda a las Fuerzas Armadas la defensa de la unidad de España y que por tanto…?
Gabilondo: No sea chiquillo, señor Otegi. Usted sabe que en una sociedad democrática la sociedad civil está por encima de la sociedad militar.
Otegi: ¡Decir hoy que no hay tutelaje de las Fuerzas Armadas, de la Guardia Civil, es no hacer un análisis real de la situación!
Gabilondo: No estoy aquí para debatir con usted sino para preguntarle. Por eso le vuelvo a preguntar: ¿es válido el instrumento del terrorismo, sí o no?
Otegi: No voy a contestar a esa pregunta por una sencilla razón: yo no practico ni la lucha armada ni el terrorismo.
Gabilondo: Si usted abanderara en su partido un movimiento para que en su formación todos avanzaran hacia la oposición a la violencia se darían pasos importantísimos. Lo que pasa es que para eso hay que tener un poquito de valor.
Otegi: Para lo que hace falta valor es para defender nuestras posiciones: aquí hay un conflicto político, y se resuelve aplicando términos recogidos en la legislación internacional como es el derecho a la libre determinación.
 

          Lo tenía ya. En primer lugar, Gabilondo lo arrincona con una pregunta estratégica impecable, porque la respuesta es obvia y obligada: ¿Es un instrumento válido el terrorismo: sí o no? Aunque creyera que sí, Otegi no puede decir otra cosa que no sea no, claro. Si dice que sí, se terminó la entrevista. Y entonces, con Otegi contra las cuerdas, el periodista suelta el interrogante fulminante: ¿Lo que hace ETA es terrorismo? No tenía escapatoria, pero al final se escurrió. Obsérvese que primero, aturdido y sin saber como reaccionar, Otegi balbucea —“Bueno, eso sería muy…, muy…”—, y en vez de rematarlo con la misma pregunta, Gabilondo entra en el juego y le señala una vía de escape —“Tenemos tiempo”—, y él, muy pillo, la pilla al vuelo, porque no sólo esquiva la pregunta, sino que además en vez de responder, ahora es él quien pregunta: “¿Tenemos tiempo? Vamos a hacer un debate sobre violencia…” El periodista intuye que ha metido la pata, que ha caído en la trampa, e intenta reconducir la entrevista y recuperar la estocada, pero se lía, y en lugar de preguntar la que quedó sin respuesta —“¿Lo que hace ETA es terrorismo?”— regresa a la primera, que ya contestó: “No, no. Respóndame primero si el terrorismo es un instrumento válido o no”. Lo tenía a punto de doblar la rodilla, porque era incapaz de decir que sí, que lo que hace ETA es terrorismo, y por tanto haría evidente cuanto menos su connivencia con la violencia de ETA. Y sin embargo, a causa de ese pequeño pero tremendo despiste de Gabilondo, Otegi no solo se escabulle sino que además le da la vuelta a la tortilla, es decir, se declara contrario a la violencia pero sin descalificar a ETA: “No me gusta la violencia, ni hace 40 años ni ahora”. Vaya fiasco. Y qué astuto Otegi.

            Y no termina ahí el descalabro, porque acto seguido Otegi vuelve a invertir los papeles y a apropiarse otra vez de la entrevista —“Ahora le voy a hacer otra pregunta: ¿es válido el artículo octavo de la Constitución española que encomienda a las Fuerzas Armadas…? — y así arrastra de nuevo hacia su terreno —el debate instrumental y la evasión— a Gabilondo, que en vez de preguntar, responde y discute: “No sea chiquillo, señor Otegi…” Y cuando se da cuenta de la zancadilla, intenta remediarlo de nuevo pero de nuevo sin tino, porque en vez de preguntarle esa pregunta que Otegi nunca responderá —“Lo que hace ETA es terrorismo?”—, vuelve a preguntarle esa que ya respondió dos veces, y la dos de manera airosa, igual que ahora:

Gabilondo: No estoy aquí para debatir con usted sino para preguntarle. Por eso le vuelvo a preguntar: ¿es válido el instrumento del terrorismo, sí o no?
Otegi: No voy a contestar a esa pregunta por una sencilla razón: yo no practico ni la lucha armada ni el terrorismo.

  Bien, una vez identificado el error, veamos cómo podríamos evitarlo. La maniobra básica es de puro sentido común: si el entrevistado no responde a tu pregunta, y más si es tan comprometida como ésta, entonces subraya que no respondió y repite la pregunta. En este caso se me ocurren dos versiones de esta misma estrategia de insistencia. Lo más sencillo sería atajar sus argucias con una repetición e intensificación tanto de la pregunta como de sus evasivas. 

Gabilondo: ¿Es un instrumento válido el terrorismo: sí o no?
Otegi: El terrorismo, no.
Gabilondo: ¿Lo que hace ETA es terrorismo?
Otegi: Bueno, eso sería muy…, muy…, un debate muy largo…
Gabilondo: Esto es una entrevista, no un debate. Se lo vuelvo a preguntar: ¿Lo que hace ETA es terrorismo: sí o no?.
Otegi: Es que esto es muy… Así no… A ver, dígame: ¿es válido el artículo 8º de la Constitución española que encomienda a las Fuerzas Armadas la defensa de la unidad de España y que por tanto…?
Gabilondo: Le hecho una pregunta, y sigue sin responder, no sé si no puede o no se atreve. Se lo vuelvo a preguntar: ¿Lo que hace ETA es terrorismo, sí o no? ¡Dígame que sí, señor Otegi! ¡Dígame: sí, que lo que hace ETA es terrorismo!
Otegi: Pero es que usted… Usted no entiende que…
Gabilondo: Entiendo perfectamente, señor Otegi. Que usted no es capaz de decir que lo que hace ETA es terrorismo.

            Podríamos forzar más, subrayar más, llegar un poco más lejos, jugar a poner en su boca lo que calla o esconde, porque si no es capaz de decir que lo que hace ETA es terrorismo, entonces es porque usted piensa que no es terrorismo, ¿verdad? Pero me parece que queda claro tanto la pifia como la corrección. La otra versión de la estrategia de la repetición pondría el énfasis en el sujeto de la oración, porque dicho así de manera neutra —Lo que hace ETA—, la pregunta pierde gravedad y atenúa la infamia de su silencio y su indiferencia. Si lo que hace ETA es matar, pues digamos matar y sustituimos ese sujeto por algunos de sus crímenes habituales: 

Gabilondo: (…) ¿Es un instrumento válido el terrorismo: sí o no?
Otegi: El terrorismo, no.
Gabilondo: ¿Lo que hace ETA es terrorismo?
Otegi: Bueno, eso sería muy…, muy…, un debate muy largo…
Gabilondo: Esto no un debate. Se lo vuelvo a preguntar: Entrar en un bar, acercarse por detrás a una a persona que está tomando una cerveza con sus amigos, y pegarle dos tiros en la  nuca, a traición: ¿esto es terrorismo, señor Otegi: sí o no?
Otegi: Es que esto es muy… Así no… A ver, dígame: ¿es válido el artículo 8º de la Constitución española que encomienda a las Fuerzas Armadas la defensa de la unidad de España y que por tanto…?
Gabilondo: No cambie de tema. Se lo preguntaré otra vez: Colocar una bomba de noche bajo el coche de alguien, que le reventará el cuerpo cuando mañana arranque para ir a trabajar, ¿esto es terrorismo, señor Otegi, sí o no?
Otegi: Pero es que esto es…Usted está…
Gabilondo: Señor Otegi, ¿por qué no responde?. Se lo repito: Colocar una furgoneta cargada de explosivos y metralla en el aparcamiento de un hipermercado, y asesinar a decenas de mujeres, hombres, niños, que habían cometido el delito de ir comprar: ¿No es terrorismo esto, señor Otegi?
Otegi: Pero es que usted… Usted no entiende que…
Gabilondo: Le entiendo perfectamente, señor Otegi. Ya ha quedado claro lo que piensa, aunque no se atreva a decirlo.

            Si además la entrevista fuera por televisión, y durante la escena proyectamos de fondo imágenes de diversos atentados, y cerramos con el de Hipercor, mientras le preguntamos ¿No es terrorismo esto, señor Otegi?, el efecto sería demoledor, creo yo.

            Bueno, en descargo de Gabilondo conviene recordar que en esa época habían aparecido carteles en San Sebastián llamándole fascista, y claro, sabiendo como funcionan esos canallas, aquello parecía una proposición de asesinato. O sea, que por muy profesional que uno sea y por mucha experiencia que se tenga, algo así debe trastornar a cualquiera: en estas condiciones separar el periodista de la persona, es decir, separar la razón de la emoción, algo fundamental en cualquier entrevista, y más como más comprometido sea el asunto, no resultaba nada fácil. No se olvide que advertir el error una vez que se ha producido y corregirlo es mucho más fácil que anticiparse y preverlo: quien tiene boca, se equivoca.

            En la entrevista, Gabilondo saca ese asunto de los repugnantes carteles, pero lo hace de un modo muy elemental, me parece, porque pone en pocos aprietos a Otegi, que ante la pregunta personal —¿Yo soy fascista?— responde con un simple y frío “no, que yo sepa”, y cuando enseguida le recuerda que Haika puso carteles en San Sebastián ‘acusándole’ de ser un fascista, Otegi se limita a decir que no está de acuerdo con eso. No sé, pero si el objetivo era el que era, si tienes claro que EH son simples marionetas, aliados o secuaces de ETA, se me ocurre un recurso casi trágico pero definitivo del incidente de los carteles:

Gabilondo: Haika puso unos carteles en San Sebastián diciendo que yo era un fascista. Ya se sabe que cuando te señalan tu vida corre peligro. Señor Otegi, si por casualidad usted se enterara de que ETA va a matarme, ¿me avisaría? 

            Y en el caso de que no respondiera, o lo hiciera con evasivas, “¿y por qué debería enterarme yo de que ETA ha decidido tal cosa?” Pues sencillo, concluimos:

 Gabilondo: Ya veo, señor Otegi, que usted no me avisaría. 

            Veamos otro caso, parecido en la medida que el objetivo del periodista era que Miguel Ángel Rodríguez, ese portavoz del gobierno de Aznar que era tan fanfarrón entonces como ahora, reconociera ciertas amenazas contra Antonio Asensio, entonces presidente de Antena 3 y el grupo Zeta. Antes, el contexto: fue la primera guerra por los derechos del fútbol que estalló con el llamado pacto de Nochebuena de 1996 entre Polanco y Asensio, o sea, entre PRISA y Antena 3, que dejaban así en la miseria a Vía Digital, la plataforma impulsada por el gobierno del PP con Telefónica, RTVE y Televisa. Con ese acuerdo repentino, que parecía impensable una semana antes, Asensio no solo abandonaba Vía Digital sino que además se aliaba con el ‘enemigo’ Polanco. Aznar, Cascos, Rato y sus aliados se lo tomaron como una traición, y una traición se paga cara. Llegaba, pues, la hora de la venganza. Total, que a mediados de mayo de 1997, Antonio Asensio comparecía ante la Comisión Constitucional del Congreso donde denunciaba que, a media mañana de ese día de Nochebuena de 1996, el secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Rodríguez, le había amenazado con represalias contra él y sus empresas si consumaba el pacto con Canal +: “juro por mi honor que la amenaza se produjo”, afirmó ante sus señorías el presidente de Antena 3. Además, Asensio aportó diversos testimonios escritos por varios directivos y reconocidos periodistas de Antena 3 —Manuel Campo Vidal, José Oneto y Jesús Hermida— que daban fe, con frases citadas, de repetidas amenazas contra él del mismo portavoz del gobierno, Miguel Ángel Rodríguez: “Estás trabajando con un gánster y un mafioso; el acuerdo con PRISA le va a costar muy caro; dile a tu jefe que terminará en la cárcel como Mario Conde, que vamos a ir a por él; te llamaré para avisarte cinco minutos antes de que metamos en la cárcel al hijo de puta para el que trabajas”. Bueno, lo normal con gente así.

            Y medio segundo después de que Asensio denunciara las amenazas del matasiete Rodríguez, la prensa se lanzó sobre el portavoz de Aznar para negara o reconociera esas graves imputaciones. Es algo habitual en periodismo, entrevistar a alguien sobre quien recaen sospechas o, como ente caso, acusaciones concretas para que las desmienta o de algún modo o en alguna medida las admita. En casos así, hay que tener en cuenta dos asuntos clave: si el entrevistado puede mentir fácilmente o no; y la pregunta, que debe evitar cualquier margen de interpretación. Si damos por hecho que el entrevistado va a mentir muy fácilmente, lo tenemos crudo, pero aún así podemos intentar pillarle por sorpresa, porque puede que dude un instante o que se le tuerza el gesto, y que esa duda y esa mueca le delaten por mucho que luego diga: “Mariano, ¿tu me engañas?” Si se lo sueltas de pronto, que no se lo espere, aunque Mariano sea un gran mentiroso, igual duda un momento, igual calcula los riesgos, y ese segundo de silencio o ese ligero titubeo de Mariano son suficientes para retratarle aunque él lo niegue.

            Es evidente que en un momento dado cualquiera puede mentir, pero no todo el mundo miente con la misma agilidad; unos se lo piensan más que otros, y a fin de cuentas que uno decida mentir o no depende también de la gravedad del asunto, de su responsabilidad o cargo público, de las consecuencias que pueda acarrear su mentira, de a quien pueda afectar, de lo mucho o poco que arriesgue… Claro que Miguel Ángel Rodríguez podía mentir alegremente, pero era portavoz del gobierno, y si mentía, comprometía a todo el gobierno. En principio, pues, cabía pensar que antes de mentir se lo pensaría dos veces. Pero, y abordamos ahora el segundo punto, es fundamental que los términos de la pregunta no admitan interpretaciones, o sea, que pongan al entrevistado en situación de reconocer o de mentir, sin término medio. Si yo pregunto a alguien si insultó o se burló de otro, la respuesta será que no, y no miente, porque insultar o burlarse son acciones que se hacen a menudo con palabras, pero siempre son asunto de la intención con que se dicen tales palabras, y ahí uno siempre halla una escapatoria. No le preguntes si le insultó, pregúntale si le llamó “cenizo, huevón, palurdo o sanguijuela”, porque esto no se puede interpretar, o lo dijo o no lo dijo, y ya el lector o el oyente decidirá si en esas circunstancias eso era un insulto o algo menos. Y lo mismo en el caso que nos incumbe: preguntarle a Rodríguez si había amenazado a Asensio, que fue lo que le preguntaron algunos, era como dejar la celda abierta al preso, porque claro que iba a decir que no, porque negar las amenazas no significaba mentir, era una forma de ver las cosas, de interpretarlas: un consejo, por ejemplo. En este caso, sin embargo, Gabilondo no le dejó ni la gatera abierta:

Gabilondo: ¿Pero usted le dijo al señor Oneto que el señor Asensio podría ir a la cárcel como no rompiera su contrato con Polanco? Dígame que no. [O sea, mienta si se atreve]
Rodríguez:  Pues mire, en una conversación… ¿Usted conoce al señor Oneto? [Adviértase de nuevo el recurso habitual a invertir los papeles de la entrevista para distraer el periodista]
Gabilondo: Hace muchísimos años, señor Rodríguez. [Otra vez a punto de caer en la trampa]
Rodríguez: ¿Usted sabe como se habla con el señor Oneto de compañero a compañero? ¿Usted sabe que el rito, el protocolo no existe? [De nuevo las preguntas que son evasivas, pero esta vez en vano]
Gabilondo: A la pregunta que le he formulado sólo espero que me diga que no, señor Rodríguez. ¿Usted le dijo al señor Oneto que el señor Asensio iba a ir a la cárcel si no rompía su contrato con Polanco? Dígame sólo que no.
Rodríguez: Pero, y por qué me hace desvelar conversaciones privadas; es que no quiero llegar a ese punto, Iñaki. Es que entonces tengo que revelar el resto de la conversación.

            Y si hubiera hecho falta, se podía dar aún otra vuelta a la tuerca: ¿Miente el señor Oneto cuando dice que usted le dijo que Asensio iba a ir a la cárcel si no rompía su acuerdo con Polanco?

            En fin, si nuestra estrategia consiste en poner al entrevistado ante la decisión de reconocer lo dicho o hecho o de negarlo, mucho cuidado, que la pregunta le ponga sin discusión en la encrucijada de admitir lo dicho, de mentir o de callar. Y si calla, otorga, claro está.