Caricatura de Di Stefano feta pel cèlebre periodista Manuel del ARCO (La Vanguardia, 26-05-1953)

 

Manuel del ARCO entrevista a Alfredo Di STÉFANO (La Vanguardia, 26 de maig de 1953)

Qui més qui menys ha sentit parlar de l’afer Alfredo Di Stefano, que seixanta anys enrere havia de ser jugador del Barcelona de Kubala i companyia, però que finalment va anar a parar al Madrid per obra de la truculenta Falange i del santíssim règim franquista. Ara que ha mort Di Stefano, un dels mites del futbol, sembla un bon moment per recuperar l’entrevista que el grandíssim Manuel del Arco li va dedicar a l’estrella argentina la primavera del 1953. A l’entrevista, que sembla una trobada amistosa a la terrassa de qualsevol hotel, també hi surt Samitier, Kubala i les dones dels dos davanters centre. Algunes de les respostes de Di Stefano a Del Arco ressonen encara ara com una ironia de la història domèstica. En qualsevol cas, queda bastant clar quin havia de ser el destí del patriarca de tots els messis. Si poguessin ens fotrien el mar (ja ens han mig fotut el port, oi?), ¿no ens havien de fotre a Di Stefano? Tot ben normal, doncs.

 

¡Ya está aquí el hombre! Alfredo Stefano, Di Stefano, “la saeta rubia”, el futbolista que vale millones. No fue tarea fácil dar con él. Todo era misterio…

—¿Ya es jugador del Barcelona?

—El Barcelona está haciendo los trámites con los clubs Millonarios de Bogotá y River Plate de Buenos Aires; son coses de club a club.

—Aclaremos, ¿de quién depende usted ahora mismo?

Caricatura de Di Stefano feta pel cèlebre periodista Manuel del ARCO (La Vanguardia, 26-o5-1953)
Caricatura de Di Stefano feta pel cèlebre periodista Manuel del ARCO (La Vanguardia, 26-o5-1953)

—Particularmente del River.

—¿Hasta cuándo?

—Indefinidamente.

—¿Su contrato con ese club argentino no tiene plazo?

—A los catorce años de edad firmé mi ficha en la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) y esa ficha es del River hasta que éste la venda.

—O sea —insisto—, mientras el River no venda su ficha, usted es del River.

—Seguro.

—Pero usted se fue de la Argentina a Colombia e ingresó en el Millonarios, luego volvió a la Argentina. ¿El Millonarios tiene autoridad alguna sobre usted?

—Sí, también.

—¿Está atado de pies y manos?

—No.

—¿Con qué permiso está usted aquí?

—Con el mío.

—¿Con quién va a tratar el Barcelona para que usted pueda jugar en sus filas?

—Con lo que sea necesario —apunta Samitier.

—Conteste usted, Di Stefano.

–Con lo que sea necesario —repite-

—¿A la vez con River y Millonarios?

—Sí.

—¿Se ha atado algún cabo con alguno de los dos?

—Sí, con los dos.

—¿Todo es cuestión de dinero?

—No hables de dinero —corta Samitier.

—Di Stefano, ¿qué dice usted?

—Eso lo arreglarán los clubs.

—Y si no hay arreglo, ¿qué pasa?

—Estoy tan confiado, que dentro de poco todo quedará arreglado.

—¿Quién le ha traído a usted aquí?

—Conocí en Buenos Aires a varios amigos barcelonistas, entre ellos algún directivo, hace ya algún tiempo, y ellos me dijeron entre chanzas, ¿por qué no vas a Barcelona?, pero como yo tenía contrato, no podía. Y al llegar a España el año pasado conocí a Samitier y cambiando impresiones con él me gustó su insinuación de que viniera a jugar y, como usted ve, esto se ha convertido en realidad.

—Realidad de que estoy aquí con usted y lo toco —lo toco—, pero de esto a jugar con el Barcelona aún no lo veo.

—Pues lo verá y no dude de ello.

—¿Qué edad tiene?

—Veintiséis años; parezco más viejo, ¿no?

—¿Cuánto tiempo piensa estar entre nosotros?

—Hasta que me echen.

—¿Más de un año¸

—Sí.

—¿Quiere ganar más aquí que allá?

—Eso pretendo.

—¿Cuánto ganaba?

—Son negocios y las ganancias quedan para uno.

—¿Conocía a Kubala?

—Lo oí nombrar mucho como gran jugador y hablé por teléfono con él, en febrero.

—Kubala, ¿es verdad?

—Sí.

—¿Sois ya amigos?

—Sí.

—¿No se da cuenta —sigo con Di Stefano— que aquí ya estamos acostumbrados a un gran Kubala? ¿Le preocupa esto?

—No, porque lo voy a tener de compañero.

—¿De qué va a jugar?

—De lo que me pongan.

—¿De qué prefiere?

—De delantero centro.

—Ahí está Kubala.

—Que se quede.

—Oye, no le pongas la zancadilla —protesta Samitier.

—El es un gran jugador –interviene Kubala— y tengo mucha ilusión por jugar a su lado y por el sitio no vamos a pelear; es igual el número uno que el once.

Las señoras de Di Stefano y Kubala escuchan atentas el diálogo y sonríen.

—Señora —me dirijo a la esposa del argentino—, ¿qué tal lo hace su marido?

—Por lo poco que entiendo, me parece que bien.

—¿Se hará viejos en Barcelona?

—Sí —responde él.

—¿Y las doscientas vacas que dejó en su estancia, cerca de Buenos Aires?

—Las dirigiré desde aquí y mi padre las cuidará allá.

¿Dónde estarán sus vacas gordas, allá, o aquí…?

¿Ya es jugador del Barcelona?

—El Barcelona está haciendo los trámites con los clubs Millonarios de Bogotá y River Plate de Buenos Aires; son coses de club a club.

—Aclaremos, ¿de quién depende usted ahora mismo?

—Particularmente del River.

—¿Hasta cuándo?

—Indefinidamente.

—¿Su contrato con ese club argentino no tiene plazo?

—A los catorce años de edad firmé mi ficha en la Asociación de Fútbol Argentino (AFA) y esa ficha es del River hasta que éste la venda.

—O sea —insisto—, mientras el River no venda su ficha, usted es del River.

—Seguro.

—Pero usted se fue de la Argentina a Colombia e ingresó en el Millonarios, luego volvió a la Argentina. ¿El Millonarios tiene autoridad alguna sobre usted?

—Sí, también.

—¿Está atado de pies y manos?

—No.

—¿Con qué permiso está usted aquí?

—Con el mío.

—¿Con quién va a tratar el Barcelona para que usted pueda jugar en sus filas?

—Con lo que sea necesario —apunta Samitier.

—Conteste usted, Di Stefano.

–Con lo que sea necesario —repite-

—¿A la vez con River y Millonarios?

—Sí.

—¿Se ha atado algún cabo con alguno de los dos?

—Sí, con los dos.

—¿Todo es cuestión de dinero?

—No hables de dinero —corta Samitier.

—Di Stefano, ¿qué dice usted?

—Eso lo arreglarán los clubs.

—Y si no hay arreglo, ¿qué pasa?

—Estoy tan confiado, que dentro de poco todo quedará arreglado.

—¿Quién le ha traído a usted aquí?

—Conocí en Buenos Aires a varios amigos barcelonistas, entre ellos algún directivo, hace ya algún tiempo, y ellos me dijeron entre chanzas, ¿por qué no vas a Barcelona?, pero como yo tenía contrato, no podía. Y al llegar a España el año pasado conocí a Samitier y cambiando impresiones con él me gustó su insinuación de que viniera a jugar y, como usted ve, esto se ha convertido en realidad.

—Realidad de que estoy aquí con usted y lo toco —lo toco—, pero de esto a jugar con el Barcelona aún no lo veo.

—Pues lo verá y no dude de ello.

—¿Qué edad tiene?

—Veintiséis años; parezco más viejo, ¿no?

—¿Cuánto tiempo piensa estar entre nosotros?

—Hasta que me echen.

—¿Más de un año¸

—Sí.

—¿Quiere ganar más aquí que allá?

—Eso pretendo.

—¿Cuánto ganaba?

—Son negocios y las ganancias quedan para uno.

—¿Conocía a Kubala?

—Lo oí nombrar mucho como gran jugador y hablé por teléfono con él, en febrero.

—Kubala, ¿es verdad?

—Sí.

—¿Sois ya amigos?

—Sí.

—¿No se da cuenta —sigo con Di Stefano— que aquí ya estamos acostumbrados a un gran Kubala? ¿Le preocupa esto?

—No, porque lo voy a tener de compañero.

—¿De qué va a jugar?

—De lo que me pongan.

—¿De qué prefiere?

—De delantero centro.

—Ahí está Kubala.

—Que se quede.

—Oye, no le pongas la zancadilla —protesta Samitier.

—El es un gran jugador –interviene Kubala— y tengo mucha ilusión por jugar a su lado y por el sitio no vamos a pelear; es igual el número uno que el once.

Las señoras de Di Stefano y Kubala escuchan atentas el diálogo y sonríen.

—Señora —me dirijo a la esposa del argentino—, ¿qué tal lo hace su marido?

—Por lo poco que entiendo, me parece que bien.

—¿Se hará viejos en Barcelona?

—Sí —responde él.

—¿Y las doscientas vacas que dejó en su estancia, cerca de Buenos Aires?

—Las dirigiré desde aquí y mi padre las cuidará allá.

¿Dónde estarán sus vacas gordas, allá, o aquí…?